Las protestas continúan. Los ciudadanos siguen manifestándose y expresan su inconformidad. El paro comenzó con un pliego de peticiones por parte de varios gremios y sindicatos. Con el pasar de los días, se transformó en un movimiento ciudadano. Los colombianos empiezan a tener una visión más clara y crítica de la realidad nacional. Conocen sus derechos y exigen garantías. La juventud es protagonista. Su lucha por la educación pública y de calidad, por una vida laboral digna y por una pensión que deje de ser tan ilusoria, motivan a seguir. Los jóvenes son la mayor inspiración en este Paro Nacional.
Las protestas han sido mayoritariamente pacíficas. Sin embargo, insisten en deslegitimar y estigmatizar. La Fuerza Pública es necesaria. Su trabajo debe ser respetado. Ahora, esto no significa que no pueda ser cuestionado. La ciudadanía denuncia varias violaciones a los derechos humanos por parte de la Policía, del Ejército y del Esmad.
Los celulares y sus cámaras son un elemento fundamental para demostrar los abusos de autoridad. En varios casos, se convierten en pruebas para evidenciar los atropellos. Y en el país de la eterna negación —de la justificación convenenciera, que legitima la barbarie— ignorar los hechos, manipular la verdad, no aceptar los errores cometidos en ciertos procedimientos, es tan casual como quitarles celulares a los ciudadanos, revisar su información personal sin una orden judicial, irrespetar su derecho a la protesta y hasta llevarlos en carros particulares que, aunque están registrados y son de la Policía, no actuaron con el protocolo legal.
El martes 10 de diciembre, los estudiantes de la Universidad Nacional se manifestaron otra vez. El Esmad dispersó la protesta. Uno de los sucesos que resaltó, fue el de una joven que, miembros de la Policía y del Esmad, subieron a un vehículo particular. Un ciudadano notó la anomalía del procedimiento y siguió al carro que retuvo a la joven, mientras grababa la situación con su teléfono. Al pasar unos minutos, la presión del ciudadano consiguió que dejaran bajar a la joven en mitad de la avenida. Los agentes huyeron como si fueran delincuentes. La Policía ha dado explicaciones vagas sobre este hecho. Es preocupante que hagan este tipo de detenciones sin ceñirse a los protocolos que exige la ley. Ellos se justificaron diciendo que iban a llevar a la joven a un CAI cercano porque estaba alterada.
Es inevitable preguntarse: si el procedimiento era legal y no fue arbitrario, ¿por qué soltaron a la joven en mitad de la vía? ¿Por qué no dan explicaciones concretas? ¿Por qué la Fuerza Pública repite este tipo de “errores”, que más bien son abuso de autoridad? Si el ciudadano no graba los acontecimientos y no persigue al vehículo que retuvo a la joven, ¿qué habría ocurrido? ¿Realmente la llevaban al CAI más cercano? ¿Sí iban a respetar sus derechos y dignidad? ¿O qué pretendían hacer?
Los estudiantes han sido silenciados durante décadas. No es novedad la falta de garantías a la hora de ejercer el derecho a la protesta. Tampoco la desconfianza por parte de una ciudadanía que percibe el abandono del Estado, que vive con temor porque comprende el pasado cruel que define la realidad nacional.
El paro nos muestra la cara de una nueva ciudadanía, que defiende la paz y está cansada de tanta injusticia. Esa que siente empatía, graba los hechos y empieza a perder el miedo. No es la primera vez que atentan contra los derechos humanos. En toda la historia han sido eficaces para perseguir a quienes piensan distinto, destruir la vida y pisotear la dignidad humana. El punto es que, en este momento, todos los estamos viendo.
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