La pusilanimidad actual representa un peligro. Lo “políticamente correcto” domina los discursos contemporáneos. Las críticas, los argumentos y la controversia pierden validez y se desdibujan cada vez más. Los supuestos “extremos”, la “polarización” y la necesidad de “unir” —sin darle opción a los matices— son los nuevos bloqueos que impiden el análisis y fomentan la mediocridad.

Las opiniones contrarias son apabulladas por una masa creciente que acalla el debate. Las justificaciones para limitar la discusión rozan en lo dictatorial, aunque se disfrazan de mediadoras. Algunos periodistas, políticos, líderes de opinión y hasta delincuentes encarcelados siguen el mismo discurso; un discurso que es avalado por el establecimiento. Es la manera sutil de calmar las aguas y frenar a una ciudadanía que poco a poco levanta su voz. Sin embargo, esa misma ciudadanía cae en el juego de la imparcialidad. Entonces, el debate se convierte en un sin fin de perogrulladas repetitivas.

Las redes sociales y la publicidad inventan un imaginario en donde la opinión de todos es válida. Cuando los cibernautas pasan determinado número de seguidores, se consideran líderes de opinión. No sólo participan en las tendencias, las crean. Las discusiones parecen amplificarse. Pero sucede lo opuesto: son censuradas a punta de vacuidades. En ese espejismo virtual empieza el eco que retumba en la sociedad actual. Esa falsa moderación no es únicamente la bandera del centro. La extrema derecha también quiere entrar en ese cuentico de la “no polarización” y el “consenso”, como si la diversidad, las diferentes formas de pensar y concebir el mundo, la controversia y el análisis, no fueran pilares fundamentales de las democracias y del desarrollo de las sociedades.

Desvirtuar el debate, con el pretexto de los extremos y la polarización, evita que los ciudadanos profundicen y sean realmente críticos. En estos tiempos les conviene alimentar la mediocridad, restringir la discusión para alienar de manera disimulada. Cambia la forma, pero el fondo permanece igual. La polarización es necesaria y no es negativa. Ahora, están empecinados en discursos que deslegitiman y estigmatizan al opuesto, obstruyendo el crecimiento crítico. No se puede ser tibio frente a la barbarie, tampoco se debe condicionar el debate argumentado, técnico y controvertido.

El filósofo Alain Deneault afirma: “La realidad del sistema es tan dura como mortífera, pero su extremismo se oculta tras un elaborado alarde de moderación, el cual nos hace olvidar que el extremismo no es lo que se encuentra en los extremos del espectro político de izquierda/derecha, sino únicamente la intolerancia mostrada hacia cualquier cosa ajena a uno mismo. Solo se autorizan lo insípido, la grisura, la normatividad, la reproducción y las afirmaciones mecánicas de lo que resulta evidente. Este es el orden político del extremo centro. Sus políticas encarnan no tanto una ubicación exacta sobre el eje izquierda/derecha como la supresión de dicho eje, que se sustituye por un único enfoque que afirma contener las virtudes de la verdad y de la necesidad lógica. Esta maniobra se revestirá de palabras vacías o, peor aún, será el poder el que se defina con palabras asociadas con aquello que más odia: la innovación, la participación, el mérito y el compromiso. Y aquellos cuyas mentes no participen de semejante farsa serán excluidos y esta exclusión, naturalmente, se llevará a cabo de manera mediocre, a través del rechazo, la negación y el resentimiento. Este tipo de violencia simbólica es un método constatado y comprobado”.

Entonces, ¿moderación o exclusión?

@MariaMatusV