Vivimos en un mundo que habla de posverdad para suavizar la mentira. Hacemos parte de un sin fin de engaños y seguimos el juego de la sociedad de consumo. Las promesas falsas definen esta etapa delirante y vacía. Justifican nuestros errores. Nos permiten salir por la tangente y quedar bien. Al fin al cabo, es el centro de la realidad. ¿O de la irrealidad?
Las promesas falsas se apoderan del discurso. Hasta la cotidianidad mundana se deja consumir por aquellos adjetivos sin fundamento. Entre clichés y eso que deseamos escuchar, aceptamos que la posverdad se nos meta en el terreno de lo personal, de lo íntimo. El amor y la amistad son alcanzados por la banalidad. Los divorcios aumentan, mientras que las amistades se basan en el número de seguidores. El valor de la palabra y el compromiso pierden sustento. Es más simple cubrirse de máscaras que ser auténticos.
Ahora, la política alucina en este tiempo que certifica la traición. Es la utopía de cualquier político. Sobre todo de aquellos que basan sus proyectos en promesas falsas. En campaña proponen educación, salud, bajar impuestos, desistir de proyectos insostenibles. También aseguran empleos y el crecimiento de la clase media. Juran combatir la pobreza, proteger el medioambiente, ofrecer sistemas de movilidad para todos y un futuro medianamente digno. Cuando están en campaña todos los políticos son maravillosos, incluso los más mezquinos. Este truco ha existido desde siempre. El tema es que en plena posverdad resulta más efectivo.
Parece ilógico, ya todos conocemos el truco. Sin embargo, en un mundo que avala la mentira, que se llena de filtros en lo más trivial como en lo más profundo, las promesas falsas adquieren fuerza. Cumplen su objetivo. Hipnotizan incautos y encubren la cara de los vivos. Es la receta perfecta para engañar, ganar y argumentar mentiras insólitas. Nadie queda mal. Recuerden que estamos en la posverdad.
También pasa en lo laboral. Nos prometen un escenario perfecto después de graduarnos, de especializarnos, de hacer maestrías y doctorados. Nos aseguran el futuro. Y luego nos estrellamos. Esas promesas falsas, de un mundo que ni siquiera logra cumplirse a sí mismo, nos revientan en la cara. No pagan las deudas que adquirimos para educarnos. Entonces, nos encontramos con tasas de desempleo altísimas y constantes frustraciones. Ya no importa si eres profesional o no, el sistema está fallando tanto que todos sufrimos las consecuencias.
Javier Marías afirma: “Si he apuntado la posibilidad de llamar al fenómeno de la posverdad —“contrarrealidad”—, es porque las actitudes son una negación tozuda de la realidad, para lo cual, desde luego, es preciso creerse antes las evidentes mentiras, a sabiendas de que lo son, y no creerse las verdades”. Nos ahogamos en promesas falsas. La posverdad se apoderó de la humanidad. El amor, la amistad, la política, la individualidad, la vida laboral, la cotidianidad, el medioambiente…, la realidad se perdió en una distopía de engaño.
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