Ante esta realidad sobrecogedora, que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad, tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra”.

Hace pocos días recordé este texto de Gabriel García Márquez, un texto que me encanta y define la ilusión del futuro. Habla de vida y amor. Alguien me dijo que evocarlo era erróneo y estimulaba discursos comunistas. No podía entender tanto atrevimiento e ignorancia. Pero así es el mundo actual. Un sin fin de irreflexiones equívocas y vacías. Es el reflejo de una sociedad que se perdió en la manipulación de los hechos y la desinformación, en donde la historia se modifica al antojo del interlocutor o la propaganda de turno. Estamos en la época del desamor.

¿Qué tiene que ver el amor? Todo. Cada vez más desdibujamos el ser. Eso sí, incentivamos el parecer. Defender los derechos fundamentales, que cualquier Estado decente debe ofrecer, es sinónimo de comunismo o socialismo. ¿Y acaso el comunismo y el socialismo son lo mismo? Por supuesto que no. El problema es que estamos en una etapa que mete al socialismo, comunismo, neoliberalismo y capitalismo en el mismo costal. La alteración de los conceptos es tan descarada, que no exige rigor ni mucho menos comprensión. Repiten la irracionalidad y promueven el odio, aunque se disfrazan de pacíficos y sensatos. Es una contradicción constante y una ceguera intensa. Nadie sabe nada y todos creen saberlo todo.

Ahora, ¿por qué es importante el amor? Es tan trascendental como incierto. Nos vendieron tan bien el producto del engaño, que pensamos que lo justo es un regalo. Confundimos derechos con privilegios. Nos acomodamos a lo indigno hasta desviar el amor. ¿Cuántas parejas están unidas porque toca y es lo correcto, sin amor ni pasión? ¿Cuántos empleados frustrados en el olvido de lo que fue un sueño? ¿Cuántos políticos trabajan por sus intereses y no por el bienestar colectivo?

Aquellos discursos, en apariencia inofensivos, están acabando con la poca humanidad que queda. Amar no tiene nada que ver con un sistema económico o conveniencias. El amor es el oxígeno de la vida. Hace parte de la humanidad. Te da herramientas y sentido. El tema es que el amor se volvió otro conflicto. Luchar por la vida y la dignidad es equivalente a la derrota. ¿Se leen? Díganlo en voz alta. ¿Se escuchan? Es terrible que caigamos tan bajo y lo permitamos. La sociedad de consumo nos roba el criterio y lo genuino, nos impone un mundo estúpido y hueco. Un mundo sin amor y conformista, con una historia coja y manoseada; sin verdad, ni memoria.

El 2020 supera su propia inverosimilitud. Nos castiga con aquel desamor, avalado por nuestra aceptación. Esa prostitución del ser. De la vida. Ese repetir sin comprender. Resignarnos con seguir un camino que no garantiza ninguna felicidad. Esa condena al fracaso sin opción al reclamo y la rebeldía. Esa vida indigna que le pusieron un modelo económico de etiqueta para atarla sin alternativa de escape. Esa utopía que no permite la creación de la utopía contraria. Esos doscientos años de soledad.

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