Es difícil ser colombiano. Asumir esta realidad, que más bien parece una ficción inverosímil y mal contada. Descifrar acertijos violentos e incomprensibles. Al colombiano todo le pesa, hasta su nacionalidad. Hemos sido estigmatizados a lo largo de la historia.

No sólo aguantamos la mirada sospechosa de los extranjeros, también el señalamiento de nuestros compatriotas. Todos juzgan y suponen. Nos enseñaron a no escucharnos ni comprendernos.

Es infame afirmar que los líderes sociales son guerrilleros y terroristas. Que los jóvenes asesinados extrajudicialmente por el Ejército no estarían recogiendo café y, seguramente, eran delincuentes. Que quienes luchan por los derechos fundamentales, la vida y la dignidad quieren todo regalado. Que los campesinos no merecen sus tierras y desplazarlos es el deber de este Estado feudal. Que los estudiantes de universidad pública son vándalos. Es tan simple denigrar a una mayoría vulnerable. Llenar de etiquetas a los pobres, hacerles el camino más complicado, como si su realidad ya no fuera una odisea. Ser pobre en cualquier parte del mundo es difícil, pero ser pobre en Colombia cuesta la vida.

Los estudiantes de universidad pública han cargado el lastre de la estigmatización. La persecución y los atropellos que soportaron en el pasado todavía los hostiga. Es innegable el vandalismo que aparece en las protestas y en las universidades. Sin embargo, cada vez es más notoria la lucha pacífica. Tampoco son eficientes las autoridades. No se puede asegurar con certeza quiénes son los “vándalos”. Podrían ser estudiantes, infiltrados o agentes del mismo Estado. No cae ninguno, aunque son expertos en deslegitimar las protestas y desviar el debate. Las razones por las que los ciudadanos se manifiestan, son opacadas por unos encapuchados que parecen fantasmas. Se asoman en el momento preciso, enfrente de las cámaras y se esfuman tan rápido que son imposibles de atrapar.

La sociedad señala a miles de estudiantes que nada tienen que ver con la violencia y el vandalismo. Los estigmatiza por estudiar en la universidad pública, cuando intentan superarse y salir de ese ciclo de desigualdad. La educación en este país es un privilegio y no un derecho. Vivir de manera digna es una imagen ilusoria, diseñada para una minoría. A la final, ¿qué más da?, son pobres. Sólo por eso es tan preciso llamarlos “vándalos” o “terroristas”, a unos jóvenes que ni siquiera les aseguran sus garantías.

Y preguntan: ¿por qué guardan silencio con respecto a los “vándalos”? Estamos en un país que asesina a quienes piensan distinto. Si no te pegan un tiro, te matan moralmente. Destruyen la vida de varias maneras. Así que callar no es sinónimo de complicidad. No siempre el que calla otorga. A veces es un asunto de supervivencia.

Jamás justificaré la violencia. Defiendo la paz. Condeno los actos vandálicos. Ahora, es inaceptable que sigan estigmatizando a los estudiantes de universidades públicas, que borren sus derechos y los llamen criminales. Es increíble que repitamos los mismos errores, que pisoteemos el futuro y la juventud.

Eramo' inseparable' hasta que un día lo mataron entre cuatro policía'
Mi alegría sigue rota, se apagaron las luce' en el parque de pelota'
Ya no queda casi nadie aquí
A veces ya no quiero estar aquí

Residente

@MariaMatusV – maria.matus.v0@gmail.com