A Colombia le han quitado todo, hasta la opción de creer que es posible. Hoy, 14 de julio de 2024, Colombia juega la final de la Copa América. A las 7 de la noche, enfrentará al campeón del mundo. Parece un sueño, pero es la realidad. El mejor equipo de esta copa ha sido Colombia. No lo afirmo por patriotismo vacío, menos movida por la ilusión que aumenta cuanto más se acerca la hora, el rendimiento superior de la Selección es un hecho. 28 partidos invictos. Una de las mejores selecciones de la historia del país. Si me dijeran que la victoria está escrita, el gran desempeño futbolístico permitiría creérselo. Si me dijeran que es el destino de este país tristísimo —en apariencia alegre—, estaría segura de que sería verdad. Y James Rodríguez confirma las contradicciones que parecen definir a Colombia.
No hay palabras para explicar lo que ha sido el trabajo de James. Sin duda, es el mejor jugador de la Copa América 2024. Y suele revelarse seguido como una imagen ilusoria, que recuerda al joven que deslumbró al mundo en 2014. Una década, dos números cuatro, una casualidad tan veraz como incierta. Ese jugador ágil, carismático y rápido, dueño de una zurda capaz de las mejores asistencias y de goles emblemáticos, como el mejor gol en el Mundial Brasil 2014, merecedor del Premio Puskas de la FIFA. Aquel jovencito que, diez años atrás, pudo llenar de esperanza a un país sin esperanza. Y como todo lo que pasa aquí, en este lugar de felicidades efímeras y desdichas constantes, los siguientes capítulos en la historia de Rodríguez no fueron, tal vez, los esperados.
Llegó a uno de los mejores equipos del mundo. Traía encima el éxito de su gran paso por el mundial y la celebración de su arribo al Real Madrid fue consecuente con la imagen de crack que forjó. Al final, no salió como James imaginaba. Estuvo más tiempo sentado que en la cancha. Empezaron los rumores de su mala actitud y de los roces con Zidane. Desde ese momento, hasta hoy, el rompecabezas de la carrera profesional de James, en lugar de armarse, se desbarató como un castillo de naipes. España, Alemania, Qatar y Grecia. No ser convocado a la Selección. Volver a ser convocado. Los señalamientos. Esa mezcla entre frustración, éxito y muchísimo dinero; pero también el final de un sueño que parecía apagarse.
La carrera de James, para muchos, estaba acabada. Pensar que brillaría de nuevo, como lo hace hoy, era irreal. Sin embargo, James es colombiano. Y aquí somos capaces de superar nuestra propia inverosimilitud. Renació. En el 2024, James juega como en 2014; quizá mejor, como nunca antes. Se cayó una y mil veces. Se levantó y su vida conmueve a quienes hemos seguido sus tropiezos a la distancia. Logró todo y lo perdió todo.
James Rodríguez encarna las contradicciones que se dan entre el éxito, la fama, el talento, la belleza y el dinero. Es la expresión máxima, también, de aquello que te nubla y apaga: del fracaso, la mala racha, del destiempo. Un resumen de ser colombiano. Lo consiguió todo y estuvo cerca de perder la posibilidad de jugar con su selección amada. Un sueño que, para él, es más grande que eso que el mercado llama éxito. Más significativo que llenar la checklist que impone el mundo como principio de felicidad. De esa naturaleza son los sueños que mueven lo humano y lo místico. James es un soñador, que lleva a soñar a un país que hasta los sueños le arrancaron. Su historia es la representación del dolor y de lo que cuesta conseguir algo verdadero en esta tierra, que lo tiene todo y que también lo ha perdido todo.
Hoy es un día muy importante para los colombianos. Un día que no olvidaremos. Un día que despierta la alegría colectiva que tanto nos cuesta encontrar. La alegría de un pueblo triste, que ha sufrido mucho y no sabe cómo lidiar con el dolor.
En la final nos enfrentamos a Argentina, a la FIFA, a la Conmebol, a la industria, al mercado, a la publicidad y a esa belleza trágica que significa ser colombiano. Es un día que podría entrar en la condición del milagro.
De un país sin oportunidades, con infinitas dificultades, surge una selección de fútbol que, a punta de buen fútbol, intenta cumplir su sueño, el sueño de un país. Los jugadores quieren tanto como nosotros esa copa. Hay muchos obstáculos porque nos tocó la final, justo en un momento donde no es sólo un juego.
Vamos, Colombia. Disfrutemos de este instante efímero que pasará a la historia. Disfrutemos de este pedacito de sueño que, ahora sí, es real. Porque esta alegría de hoy nadie nos la puede arrebatar. Gracias, Selección Colombia. Gracias por este destello de ilusión.