Al mejor estilo de Joseph Goebbels, ministro para la Ilustración Pública y Propaganda de la Alemania nazi, hay mentiras que se propagan, reproducen, divulgan y repiten adecuadamente mil veces hasta convertirlas en una verdad.

Como si repetir mentiras no fuera suficiente, Goebbels construyó un sistema de consignas, considerados los principios de la propaganda nazi, algunas de los cuales me permito reseñar porque creo que hoy en el país se muestran, lamentablemente, en todo su esplendor:

Principio de la exageración y desfiguración: Convertir cualquier anécdota, por pequeña que sea, en amenaza grave.

Principio de la vulgarización: “Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar”.

Principio de renovación: Hay que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que cuando el adversario responda el público esté ya interesado en otra cosa. Las respuestas del adversario nunca han de poder contrarrestar el nivel creciente de acusaciones.

Principio de la verosimilitud: Construir argumentos a partir de fuentes diversas, a través de los llamados globos sondas o de informaciones fragmentarias.

Principio de la silenciación: Acallar sobre las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y disimular las noticias que favorecen el adversario, también contraprogramando con la ayuda de medios de comunicación afines.
Principio de la unanimidad. Llegar a convencer a mucha de gente que se piensa “como todo el mundo”, creando impresión de unanimidad.

Con insistencia en la mentira, y ayudado por los “principios”, ese régimen le causó la muerte a 27 millones de soldados; 23 millones de civiles, 17 millones de judíos, 8 millones de polacos y 1,5 millones de disidentes políticos, más cientos de miles de gitanos, religiosos, negros, discapacitados, etc., fueron asesinados exclusivamente porque todos eran o pensaban diferentes.

Los Joseph Goebbels han reencarnado en diferentes formas, se han paseado por América Latina, y durante los últimos años se han quedado en Colombia. Están enamoradísimos de nuestro país, pero no les gustan las esperanzas que surgen al estar cerca el fin del conflicto, tampoco un futuro mejor que es forjado en el esfuerzo que cada colombiano hace para salir adelante día a día. Menos para reconocer los resultados sociales y económicos que se viene obteniendo, y por el contrario se apegan al costo que genera la violencia, que según el Institute for Economics and Peace (IEP) nos costó en el 2015, US$139.480 millones.

Extrañan esos Joseph Goebbels todos los asesinatos que como un lastre vergonzante todavía golpean a la humanidad, y por ello ponen en movimiento todas las mentiras y principios que le permitan seguir disfrutando de la muerte, en cualquiera de sus modalidades, y que, según ellos, pudieran merecer todos los que sean o piensen diferente.

@clorduy

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