Esta es una ciudad difícil para las personas que necesitan que el espacio vivo en común las alimente más allá de la fiesta, de la comida, del fútbol o cualquier evento multitudinario. Hay personas que necesitamos nutrición cultural, no diseñada gracias a nuestros impuestos por unos pocos burócratas, teniendo solo en cuenta el número que después pasa a las cifras estadísticas de los actos meramente politiqueros.

Por eso, a veces uno se topa con pequeños milagros, visibles, claro, para solo unos cuantos que logran enterarse. Porque los mismos tienen que ver con obsesiones de artistas que por su cuenta y apoyados en algunas instituciones, o como sea, encuentran la forma de hacer lo suyo y nutrirnos.

Uno de esos milagros de la tenacidad local es la Atlántico Big Band. El 17 de diciembre pasado, la pudimos escuchar en la programación de otro milagro de esos que suceden en la ciudad, uno que honra la memoria de uno de nuestros héroes culturales, el llamado Concierto del mes.

El Concierto del mes, fundado en 1957 por el profesor Alberto Assa, contra viento y marea, al igual que el Instituto Experimental del Atlántico, sigue allí, empujado por sus sucesores. Sin alharaca, sin aspavientos, continúa haciendo una verdadera labor, la de ofrecernos buena música y el instituto, buena educación.

La Atlántico Big Band existe desde hace unos doce años. Creada y dirigida por Guillermo Carbó, se ha presentado en los mejores escenarios para el jazz en Colombia. Nos regalaron un concierto milagroso para esta ciudad del bumbum regetonero, con 17 músicos y tres vocalistas que nos hicieron sentir como que estábamos en otro mundo. Tal vez uno más clásico, de esos que nos dan nostalgias, como cuando pensamos en Assa y la falta que nos hacen personajes como él.

Lo que me lleva a preguntar si el profesor Assa se hubiera puesto a dar órdenes del talante que tenían los vigilantes y acomodadores de ese nuevo recinto, el auditorio de la Universidad del Atlántico, que se ha convertido en aquello que nos salva de la falta del Teatro Amira de Rosa.

Barranquilla, qué chistoso, una ciudad que se cree una especie de Viena, en medio un delirio colonialista. Barroca la idea de una funcionaria, quien, sin siquiera analizar realmente la vestimenta de un grupo de chicos, les prohíbe la entrada por estar en bermudas.

Menos mal que estamos en este trópico medio loco y que los dejaron entrar luego de explicarles que era una especie de discriminación de género al revés. ¿Cómo así que unas chicas en minifaldas con las piernas al aire sí podían entrar al recinto?

Vale la pena recordar, entonces, que el verdadero pequeño milagro es que algunos siguen aún, en pleno siglo XXI, trabajando por amor al arte, es decir porque les da la gana y con las ganas se puede, ¡como la Atlántico Big Band!