En el 2009, la Unesco declaró como herencia intangible de la humanidad el lenguaje que ha tenido, ancestralmente, la isla de Gomera, en las Canarias (España). Este lenguaje de silbidos se creó y pervivió durante siglos en esta región escarpada, llena de bosques, como una forma de comunicación idónea entre sus habitantes. A largas distancias y de manera pública, podían hacer saber a los demás lo que pasaba o lo que deseaban se supiera.

Con el desarrollo de las comunicaciones a partir de la mitad del siglo 20, se estaba perdiendo este arte que ya viene a ser como un archivo, un rastro de otros tiempos, una memoria que no debe perderse del todo, porque los seres humanos venimos de un pasado y lo traemos hasta en nuestro cuerpo estampado en el ADN que no perdona las herencias del azar. La memoria cultural se lleva de otro modo, como archivo y como performance.

Todo pueblo debe defender sus tradiciones, pues ellas le proveen parte de una identidad necesaria para vivir en comunidad y en el mundo actual, tan fragmentado. Por ello, en esta isla, se implementó un curso dentro de su sistema educativo para que los chicos recibieran de los mayores que aún sabían de este silbo, clases que las salvarían del olvido.

De esta forma, el silbo gomero puede sobrevivir los embates del siglo 21. Las nuevas generaciones lo mantendrán vivo y de seguro lo seguirán transformando, a pesar de los celulares que lo han vuelto aparentemente obsoleto. Porque nada se reproduce de un modo perfecto y cada vez que se re-performa un silbido, se hace de otro modo. El cuerpo que lo emite es materia viva, cambiante, al igual que la respiración que nos mantiene vivos.

Amamos por eso los pájaros. Ellos no tienen la tecnología que los humanos hemos desarrollado. Su tecnología es el silbido o el gorjeo o el nombre que le queramos dar a sus diversas formas de emitir sonidos de acuerdo con la especie. Envidiamos a los pájaros, porque cantan para comunicarse.

Tampoco sabemos qué se dicen los pájaros, pero archivamos de diversas formas sus cantos. También los hemos imitado desde tiempos inmemorables, como otra forma de memoria, de archivo de la naturaleza en la que vivimos. Intuyo que en muchos pueblos de Colombia hay varias formas de comunicación por medio de silbos y mucha gente que se divierte silbando tonadas, imitando instrumentos.

En nuestra ciudad hay un artista que por medio de su cuerpo trabaja, entre otras cosas, varias formas de memoria cultural. En 1994 gana Alfonso Suárez el Premio del Salón Nacional de artistas con sus Visitas y Apariciones, magistral obra que juega con el espectro de ese ícono cultural que fue y es José Gregorio Hernández.

Este sábado 6 de abril podremos ser testigo de su performance llamado Soplo divino, donde trabaja el arte el silbido, muy a su manera de creador-archivador de cultura regional, en Kore Espacio Creativo. Esto hace posible que le dediquemos unos minutos a pensar el silbido como performance, sintiendo, tal vez, su fuerza ancestral, su fuerza natural.