Escribir sobre mi padre hoy es, sin duda, más difícil que cualquier otro día, porque hoy mi papá sigue siendo mi papá, pero asumió también un rol en este país al que ama tanto como a su familia. Hoy mi padre no es solo mi padre, no es solo mi amigo y compañero de batallas, papá es el presidente de Colombia.

Podría decirles tantas cosas de él, hablarles de sus enseñanzas, del amor que le tengo, de la fe que me inculcó, de la lealtad a la familia, del respeto por los demás, de la política como instrumento de cambio.
Incluso les podría contar de sus sueños de patria justa, de su amor incondicional para sus hijos, de su alma de niño rebelde o de su fascinación por el arte del Caribe y aun así me quedaría corto en decirles quién es Gustavo Petro.

Mi padre, el hombre que asumió como presidente, es a mis ojos de hijo la persona que más admiro.

Lo admiro como lo hace cualquier joven que ansíe materializar los sueños de una Colombia más justa; como lo admira cualquier hombre que anhele una familia unida y amorosa; lo admiro como cualquier esposo enamorado que desee ver al amor de su vida tan feliz como lo es Verónica; pero sobre todo, lo admiro como el hijo que ha visto, día a día, las luchas de su padre. Admiración, porque esa palabra, al igual que el amor, tiene la capacidad de convertir en extraordinario un acontecimiento común.

Hoy te escribe Nicolás Petro, el hijo, que ha vivido de cerca una carrera política que ya cambió la historia de Colombia, una carrera con muchos fines, pero ninguno de ellos egoísta, por el contrario, ha sido la carrera de un hombre que en muchas ocasiones se ha sacrificado a sí mismo por el bien colectivo.

Gustavo Petro, mi padre, el hombre de las mayorías, el que llena una plaza a cada lugar que llega, el que Colombia abraza y eligió, es también aquel que muchas veces, en su ejercicio de construir un mejor país para las futuras generaciones, tuvo a la soledad como única compañía para preservar su vida y la de su familia. Hoy, todo sacrificio se ve consolidado.

Papá, ahora que asumiste como presidente, quiero que sepas que estaré a tu lado, estaré ahí para ser tu fuerza si alguna vez te falla; para ser tu esperanza si alguna vez se te agota; para sostenerte si alguna vez desfalleces. Hablo por mí y por mis hermanos (Andrea, Andrés, Sofía, Antonella y Nicolás), nosotros siempre estaremos contigo rodeándote de nuestro amor.

Amor, porque siempre has estado seguro de que es precisamente con ese sentimiento que se puede cambiar a Colombia, y cuando tuve edad suficiente para comprender lo que eso significaba entendí que lograrías hacer de Colombia un país en el que valga la pena vivir.

Sin duda, Colombia inicia un proceso de transformación que mes a mes nos devolverá la esperanza a todas, todos y todes; un proceso que devolverá la tranquilidad a las viejas y viejos; una transformación social que logrará que millones de jóvenes quieran quedarse, quieran –como lo diría Gabriel García Márquez– vivir para contarla. Un cambio significativo para el Caribe, con todos los retos que conlleva priorizar la región que nos vio nacer a ambos.

A mi padre, el presidente de Colombia, solo puedo decirle que ser tu hijo siempre ha sido mi mayor orgullo, a pesar de las miles de dificultades, y que mi amor, al igual que el tuyo, siempre será incondicional.