Todos besamos, por eso la historia está llena de besos, unos más memorables que otros: el de Judas o la traición; el de Gustav Klimt o el arte lujurioso; la foto de Alfred Eisenstaedt en Times Square, en 1945, al terminar la II guerra mundial o “el beso descarado del marinero y la enfermera”; el de Brézhnev y Honecker en 1979 o “el fraternal socialista”; y ahorita, nuestra Besatón en el Centro Andino.

La ya muy conocida pareja de muchachos estaba en el área infantil; su conducta llamó la atención; el policía que les impuso el comparendo jura que los vio, parece que el video fue editado (falta de 3:45:31 a 3:47:16), había niños cerca…

Su iracundo padre debió alejarlos e informar a la administración del centro comercial sobre la causa de su disgusto; ese era el conducto regular. Es justo decir que la pareja, en su espontaneidad, se expuso, en iguales términos, a otra reacción espontánea como la del enojo del padre al que llaman “el agresor”. Ambos se agredieron a su manera. Pero cada cosa tiene su lugar y momento. Aplica al beso, a los modales, al buen gusto y a un estilo de vida para lo que, tácitamente y por costumbre, hemos acordado. Las necesidades básicas tienen límites conocidos: hay baños públicos o privados para atender “las ganas” sin estar a la vista de todos, por más intensas que sean. Tenemos necesidades fisiológicas, psicológicas y sociales, y no porque nos lleguen “de repente” reaccionamos a ellas ‘apelando a la libertad’. Sería normal, pero no común, encontrarse en cualquier sitio a alguien besándose con su pareja. La sorpresa no sería por el beso sino por el lugar. Al oír las campanadas del año nuevo, sería anormal que las parejas no se besaran apasionadamente; es cuestión de la hora y no del lugar. Son acuerdos sociales, es la costumbre, tan importante, que es fuente natural del derecho.

Estamos sometidos a un bombardeo de información y estímulos que también impacta a niñas y niños, es inevitable. De ahí la importancia de la calidad de la formación oportuna y conocimientos que los hijos reciben en el hogar, en especial lo que surge del comportamiento espontáneo de los padres: expresiones, gestos, tratos y maltratos, calificaciones y descalificaciones, etc. Es una influencia muy poderosa, es el verdadero entrenamiento de las entrañas del hogar. En ese mismo espacio, hoy no sorprende ver a un bebé de 18 meses usando un ‘smart phone’ con la destreza de un adulto y a un solo click para acceder al universo infinito de internet, que ofrece iguales o más riesgos que ver a dos enamorados que no podían esperar porque eso era “reprimir su libertad de sentir”. Encima, una Besatón de apoyo y desagravio: como si una pasión fuera de control en público toque validarla apelando a la rebeldía colectiva.

Es imperioso proteger la infancia, en especial de la desinformación. Enseñarlos a cuestionar lo que no entienden, a no temer a hablar. Así podrán asimilar mejor, con menos prevenciones y temores el mundo al que han llegado; con toda certeza lo podrán descubrir y disfrutar de manera más segura, incluyendo la magia de besar.

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