La oposición, además de “atacar-atacar” desde el 8 de agosto, de manera hábil y soterrada, le planteó tempranos retos al nuevo gobierno del presidente Iván Duque usando dos formatos: las protestas, que “se lucen” por derivar en las vías de hecho, y los intentos de moción de censura, que son una versión “más elegante” por los recintos en los que se dan y hacen que parezcan más formales. En diez meses de mandato se han presentado dos intentos de moción: el primero al ministro de Hacienda y el segundo, esta semana, al ministro de Defensa. En ambos casos, los ministros Carrasquilla y Botero salieron airosos para bien del país y de ellos mismos. De resaltar, excepto algunas escaramuzas, que las nuevas iniciativas de protesta se han quedado en intentos. El Gobierno tiene a su favor que ese mecanismo de presión ha comenzado a perder efectividad. Sus organizadores ya conocen lo que les demandará una nueva protesta en términos de tiempo y lo que cuesta sostenerla; también los límites a los que se expondrán cuando afecten servicios de interés prioritario nacional convirtiendo un acto legítimo en otro ilegal.
Es válido afirmar que el gobierno comienza a consolidarse en frentes en los que tenía una apariencia débil. Heredar la gigantesca infraestructura delincuencial soportada por todo lo que hay detrás de 235.000 hectáreas de coca no es pera en dulce y mucho menos cuando se sabe que tiene una fuerza política a su favor. Los ministros han podido sortear los primeros obstáculos y tener el sartén por el mango; se comienza a notar mayor fluidez en su gestión y un mejor despliegue de liderazgo. Era, en mi opinión, uno de los reclamos y parte de la probable explicación de la baja popularidad registrada.
Se podría decir que las protestas y los intentos de moción de censura, mirados a través de otro prisma, le han sido útiles al gobierno porque le dieron la oportunidad del efecto “demostración” y también al país porque, aunque legales, no tendrán la misma fuerza y entusiasmo inicial. Coincido con que el estilo del ministro Carrasquilla no es el más simpático y con que el ministro Botero no tiene ese perfil castrense o hasta de Rambo que muchos ansían en su imaginario. Lo que no se puede cuestionar son los indicadores de efectividad logrados, que arrojan cada vez mejores resultados. Pero hay un detalle: esos indicadores en ascenso no generan todavía puntos de mejora de imagen o en favorabilidad. ¿Por qué? La razón es que no se pueden ver fácilmente, pero también porque hay gran apetito y consumo de mala prensa, de lo espectacular y, en medición de gestión, el ciudadano de a pie no tiene forma de sentir o, mucho menos, medir esos efectos de manera inmediata y, por lo tanto, su percepción es inexacta y goza de cierto retardo en el tiempo. Los números no mienten, y esa sí es la lectura que se debería tener en cuenta porque son cifras que corresponden a la realidad. El gobierno está en mora de hacer más visibles los resultados de su gestión, en especial cuando se acerca el primer año de mandato. A los medios de comunicación les corresponde otro tanto, en especial cuando se trata de construir país.
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