Muchas son las empresas trasladadas o cerradas en los últimos años. Esto ha dado para que en la ciudad se haya construido una narrativa imprecisa y especulativa. Se pueden remover un poco el polvo y las telerañas.
Las empresas nacen, crecen y mueren cuando no son capaces de dar el salto antes que los retos del mercado las digieran. En nuestro peregrinar tuvimos la fortuna de obtener información de boca de sus protagonistas y encontramos que no coinciden con lo que nos enteramos en las versiones callejeras o de salón. Hasta eso de culpar a la ciudad como posible causa de su deterioro es falso. Lo demostramos más adelante con unas simples preguntas.
A una multinacional que cuenta con buen grado de visibilidad y maniobra, le es fácil decidir dónde le conviene operar como fábrica o como centro de distribución. Al final, lo que le interesa es mantener su presencia rentable en determinado mercado. Cuando hay un cambio de tecnología y existen instalaciones ya depreciadas, el cierre sucede con frecuencia; es una decisión que dictan los números y es tomada por alguien ajeno frente a un escritorio a miles de kilómetros. El cierre o traslado de una operación de este tipo es algo de rutina y, por supuesto, de conveniencia. La capacidad de ser un sitio atractivo para atraer y atesorar la inversión es una historia que trataremos en otra ocasión.
Las desapariciones empresariales más dolorosas son las de aquellas empresas hijas de Barranquilla. Al menos, ese sentimiento es más fácil de medir y sobre estos casos hay abundante información. Desaparecieron las tostadoras de café pero el negocio continúa e, incluso, más gente toma café. Desaparecieron las fábricas de pintura, pero hay más paredes y muros que pintar. Desaparecieron los aserraderos y las laminadoras, pero la madera es indispensable en la construcción, y vemos más construcciones todos los días. Desaparecieron las aerolíneas, pero la gente viaja más que nunca. Desaparecieron cientos de restaurantes, pero la gente sale a comer fuera de casa más que en cualquier tiempo anterior. Desaparecieron fábricas de artículos plásticos, una vez pioneras y líderes, pero el plástico sigue siendo esencial. Desaparecieron constructoras, incluyendo ganadoras de premios, pero el cielo de Barranquilla pareciera acabarse con tantos edificios. Desaparecieron navieras, pero el tráfico marítimo y fluvial ha crecido a niveles no imaginados. Desaparecieron entidades financieras de lujo, pero es el negocio más rentable y creciente del país. Desaparecieron empresas de confecciones y textileras, pero hay que ver el consumismo que provoca la moda hoy como jamás soñamos. La lista es larga, no cabe aquí.
¿Qué pasó? ¿Estaban en el negocio equivocado? En algunos casos, ¿qué sucedió con la ventaja de ser los primeros y únicos?, ¿no cuenta? ¿Habrá quien todavía crea que la ciudad es la más hambrienta flor carnívora que las devoró?
Los negocios perduran por una sola razón y, aunque obvia, no lo es: la toma de decisiones acertadas en el momento correcto. Suena fácil, pero los hechos demuestran lo contrario.
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