El “otro” lugar del cuerpo donde la intimidad alcanza un alto grado de complicidad, queda en la boca. Advertidos, los invito a masticar algo duro o fibroso como una carne de textura fuerte tipo bistec o deshilachado como un mango “de chancleta”. Esa mordida tiene una fuerza de 25 kg por centímetro cuadrado. Al terminar, muchos lidiarán con algún pedacito “empaquetado” por esa fuerza masticatoria en los espacios interdentales. Estos se forman de manera casi perfecta por un punto de contacto (interproximal, en lenguaje odontológico) de unos 2 milímetros, al estar un diente o molar casi pegado al otro con el “fondo” de las encías. Después de comer, nuestra lengua siempre sabe si “algo quedó metido por ahí” y, con suerte, a veces, un bien disimulado movimiento de lengua y mandíbula alivian el atasque.
Desde tiempos inmemoriales es sabida la importancia de los dientes limpios; por eso hoy contamos con cepillos con cerdas que rotan de mil maneras y a velocidades inimaginables, o los “piks” que inyectan chorros a alta presión de enjuagues bucales diluidos con agua. Pero no son perfectos, siempre queda algo. Hay palillos flexibles con cerdas incorporadas que, a pesar de entrar en casi todos los rincones, “dejan rastros”. Y están los hilos y sedas dentales en diversos materiales y sabores, pero casi siempre hay alguna falla en el uso: los rígidos que impiden el sobrepaso de la frontera de “contacto interproximal” y se rompen o rasgan en el intento; otros se atascan y son casi imposibles de extraer. Siempre me he preguntado si esto quedará terminado de inventar algún día. Hace poco creí haber “encontrado algo” y me llevé una sorpresa.
Mi “hallazgo reciente”, al igual que el de muchos norteamericanos, según lo verifiqué en sus calificaciones y reseñas que eran las disponibles, fue creer “haber descubierto” una nueva cinta dental. Alguien que la usó por primera vez, me habló maravillas y la compré. Se trata de Ultraclean-Mint Floss de Listerine,(antes Reach), un monofilamento fabricado a partir de un elastómero termoplástico casi irrompible, con micro ranuras longitudinales que al desplazarla en cualquier sentido en la dentadura, ejerce un efecto de arrastre vertical impresionante. Con pocos centímetros de cinta se pueden penetrar todos los espacios interdentales. Listerine es más conocida por sus enjuagues bucales pero, en una movida que puede considerarse genial, sin salir de su nicho, la boca, logró reposicionar la cinta con el nombre Listerine y se apropió del producto de manera muy creíble, diferente y todavía más efectiva, convirtiéndolo en una novedad.
Al cambiar de “Reach” a “Listerine”, la asociación inmediata con lo aséptico creció y a mi me indujo a cambiar el chip de apreciación por uno todavía más potente que me genera certeza en cuanto a higiene bucal. Encuentro en esta anécdota una excelente lección empresarial: la credibilidad sobre la marca Listerine es tal que la pudo extender a la cinta dental. ¿Hubiera sido posible el mismo efecto si en vez de cinta dental el producto hubiera sido, por ejemplo, shampoo?
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