Está evidenciado que la antropofagia existió en América y hay la sospecha que algo de ese hábito quedó suelto en el ADN nuestro. Las historias y anécdotas sobre las costumbres caníbales nativas abundan y su narrativa es fascinante.
Una noche, en un restaurante en Moscú, vi que el último plato de la carta, el más caro, era filete de oso y, aunque lo pensé, no lo ordené. Mi anfitrión notó algún gesto que seguramente hice. Cuando llegaron los platos, había uno de más, lo colocaron frente a mí. Hice una sutil cara de sorpresa; Alexei me susurró: “oso para tí”. Le iba a agradecer pero me interrumpió: “es delicioso y lo más parecido a la carne humana, cómelo”…En esas fechas, mi estómago y mi mente estaban supuestamente entrenados para ver y comer de todo… menos lo que “más se parece a la carne humana”. Mientras lo comía se me vinieron varias ideas, incluso intenté imaginar “a quién me estaría comiendo si esto fuera cierto”. La experiencia culinaria estuvo buena, el oso tenía buen sabor y textura, no tuve reclamo alguno. Después de apurar no sé cuántos vasitos de Samogón, un destilado casero con 50 grados de alcohol, mi mente y mi estómago se mantuvieron bien. Al otro día estuve puntual al desayuno y siguió una excelente y soleada jornada.
Recordar esa experiencia me llevó a pensar en el canibalismo moderno, que no es tanto un problema culinario o de nutrición, sino mental, moral, social y económico. Si la antropofagia nos parece escandalosa, lo que sucede en los ámbitos que menciono, es más terrible y condenable. ¿Qué nos puede convertir en caníbales?
De la creatividad y calidad colombianas se habla mucho. Son ciertas y gozan de reconocimiento internacional, pero, siendo realistas y mirando los números, su impacto en nuestra economía es todavía minúsculo. Aunque hay casos destacables y de aplaudir, son las excepciones. No es algo menor porque esas empresas o iniciativas individuales logran un posicionamiento indiscutible y su grado de unicidad y diferenciación les permite ser casos exitosos muy rentables y con proyección de largo plazo, aunque hay algo que frena para que este fenómeno de fertilidad empresarial adquiera más potencia.
Ese algo es un lastre sistémico en la tendencia de muchos a la burda copia de ideas, productos y de todo por igual. Es indispensable invertirle más al compromiso, a las metas, creer en sus propias ideas y hacerlas crecer. No es fácil pero es el camino. Lo grave es que asumen que el éxito de otros es copiable y esa opción es errada porque el ADN de una empresa no es transferible. Un buen ejemplo son los restaurantes y comederos en Barranquilla; apenas surge una buena propuesta, enseguida aparecen imitaciones que le ladran como perros de presa. El argumento: vender a menor precio o destruir valor, ni siquiera un mejor servicio. Por ahí no es. Creo en el libre mercado y la libre competencia; están en nuestra constitución, pero la poca originalidad de quienes por falta de ideas acuden a la copialina es, con toda certeza, un mordisco a su propia mano, un acto de canibalismo a su futuro, porque el presente nunca fue suyo, lo copiaron de otro.
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