Esta semana, un conferencista explicaba con unas gráficas muy dicientes que, de acuerdo con el comportamiento cíclico de la economía mundial, por sus síntomas y la forma como se presentan, podemos estar ad portas de una recesión global. En la economía, como en la meteorología, aunque existan mejores herramientas para acertar cada vez más en los pronósticos, nadie tiene la última palabra. A pesar de la preocupación que se genera, en la conferencia hubo algo llamativo: el comportamiento de las tasas de interés y su fuerte tendencia a cero, llegando incluso al terreno negativo. Las tasas de interés bancarias negativas existen en Alemania y Suiza hace algún tiempo, pero son para nosotros novedad.

El mayor efecto mediático por adoptar tasas de interés negativas fue causado por el Banco Central de Japón hace unos años (2016); sus razones son diferentes a las de los alemanes o suizos. Los japoneses optaron por esa opción para combatir la deflación que afectaba y sigue afectando a ese país. Cuando hay deflación, los precios tienden a bajar, y los consumidores se abstienen de gastar, preferiendo ahorrar y dejar el dinero en el banco a la espera de que los precios bajen. La economía de Japón pasó de ser un modelo exitoso a uno que lleva casi 25 años de dificultades no superadas hasta hoy. Suiza y otros países europeos se inclinaron por tasas bajas porque, después de intentar combatir la inflación sin éxito con tasas altas durante un par de décadas (setentas y ochentas), en los noventa priorizaron sus esfuerzos para estabilizar los precios de bienes y servicios, es decir, atacaron la inflación. Logrado esto, estimularon el crédito con tipos de interés más bajos y, por consiguiente, el consumo aumentó.

Menor inflación y menores tasas de interés son convenientes para las empresas y los hogares. Los suizos saben que uno de sus mayores activos es la confianza que generan en los inversionistas porque son un país con riesgo político bajo e instituciones confiables y seguras. Se pueden dar “el lujo” de cobrar por “estacionar” el dinero en sus bancos, es decir, tasas negativas. La fuerte demanda por su sólida divisa, el franco suizo, hace que su valor suba. Lo malo es que el país pierde competitividad porque sus exportaciones se encarecen por cuenta del costo de su moneda; bienes y servicios se cotizan en francos suizos, pero si se hace en dólares, se necesitarán más para poder comprarles usando su divisa.

Antes, el mundo no tenía a alguien que pudiera hacer subir y bajar la economía como un yo-yo. Hoy, ese alguien es Donald Trump, y no hay quién pueda predecir lo que hará la mañana siguiente. Es de suponer que la incertidumbre sea lo más complejo para los economistas, sobre todo cuando esto depende tanto de una persona. Por eso ahora los economistas van a tener que estar más pendientes de qué lado de la cama se levanta Trump, su colega, el economista y también presidente.

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