El rápido aumento de las concentraciones de material particulado en las atmósferas de Bogotá y Medellín, a principios de febrero, obligó a sus respectivos alcaldes a declarar la alerta naranja en muchos barrios de estas ciudades. Un 56% de esta contaminación fue producido por el tráfico vehicular, impulsado por motores que usan combustibles petroleros y que bajo sus condiciones mecánicas generan gran cantidad de partículas insalubres, junto con altas concentraciones de los llamados gases de efecto invernadero, y el 44% restante, según los analistas del caso, se debió a los gases de las industrias.
Esta alerta naranja de Bogotá y Medellín es parte de una problemática mundial que nos lleva, no solo a la afectación inmediata de la salud humana, sino a agravar en nuestro planeta este fenómeno climático reconocido internacionalmente y para el cual existe un convenio de mitigación, desarrollado en la reunión de la ONU (COP 21) efectuada en París en el 2015, posteriormente tratado como un problema mundial en la reciente reunión financiera de Davos (Suiza). Los especialistas ambientales advierten que todavía falta mucho por hacer para eliminar o mitigar estos incidentes, y no descartan que estas condiciones ambientales puedan llegar a una alerta roja permanente.
En la Unión Europea, por ejemplo, todas las naciones se preocupan por las posibles consecuencias de estos gases de efecto invernadero y sus micropartículas, y están disponiendo medidas comunitarias para combatirlos. Pero también se reconocen los criterios de las grandes compañías petroleras (Exxon Mobil, Chevron, Shell, Bristish Petroleun y Total, por ejemplo) que mantienen su interés en los automóviles a base de gasolina y diesel, aunque se les nota el apoyo a los vehículos movidos por gas natural vehicular o electricidad. Esto lo señala la revista The Economist, de febrero 9, que titula así su portada: “La verdad acerca de las grandes petroleras y el cambio climático”, y en su interior comenta el riesgo que enfrentan estas petroleras, ya que tienen que encontrar una solución mucho antes del año 2030, si comparten el Acuerdo de París. Por eso están planeando varias soluciones, para no quedarse solamente con la producción de petroquímicos; y su nivel gerencial va reconociendo que el impacto de las emisiones a la atmósfera existe.
No alcanzo a vislumbrar grandes adelantos en el combate del calentamiento global y de la contaminación por material particulado para mañana; pero sí soy optimista en que las soluciones vendrán pronto, sobre la base que las instituciones y universidades trabajen en esto y muestren más su activismo. Es necesario que divulguemos lo que hacemos, ya sea directamente o por medio de “periodistas ambientales” que propongan soluciones colectivas contra el calentamiento global y la contaminación atmosférica. Casualmente, una gran reunión de estos activistas, junto con estudiantes de periodismo, se efectuó en Combarranquilla el pasado 23 de febrero con el patrocinio de Fundación ZooBaq, EL HERALDO y la Universidad del Norte. A todos ellos los invito a la divulgación y promoción de acciones preventivas que permitan aplicar el necesario “freno de emergencia”.