El rio Magdalena, hasta mis catorce años, era parte de mis entretenimientos diarios, en Magangué, y de mis frecuentes viajes familiares a Barranquilla. Para esa época ya mi ciudad natal estaba aprovechando su gran navegación comercial por el Brazo de Loba, en reemplazo del Brazo Mompox cuyo caudal había disminuido. De esa vivencia recuerdo que todas las aguas negras y las basuras se iban por el río hacia el norte. Estas basuras eran recogidas inicialmente por varios grupos de “basuriegos” pagos, que las tiraban al río. En esa época los plásticos de un solo uso no existían, y solo los “sorbetes” de papel, que acompañaban a los refrescos de frutas, se tiraban en la orilla. Por otro lado, las aguas servidas o residuales, de las casas de familia y de los negocios, se depositaban en las respectivas “pozas sépticas” y periódicamente se contrataban limpiadores que, galón por galón, botaban esas aguas malolientes en el río Magdalena, cloaca de todas las poblaciones ribereñas y cercanas, de los 11 Departamentos por donde fluye. Junto con estos residuos también se veían flotar las vegetaciones propias de las ciénagas y unos pocos troncos de árboles o ramas, arrastrados por las lluvias hasta el río. Todavía no existían los residuos domésticos de plástico que ahora sobre nadan en toda la extensión del río y que actualmente, mezclados con troncos y ramas, se han salido por Bocas de Ceniza para cubrir las playas de Puerto Colombia, Salgar y otras poblaciones del Atlántico.

Esta situación (recientemente publicada en los diarios) ha puesto en evidencia la falta de programas sanitarios efectivos en algunos municipios ribereños y la falta de una labor regulatoria de las autoridades ambientales en cada uno de los Departamentos mojados por este “Rio Grande de la Magdalena”, así bautizado por el conquistador español. La invasión de las playas del Atlántico con basuras del interior del país (que es lo más probable), pone en evidencia que el respeto por el río Magdalena no existe y que se mantiene el concepto de que estas corrientes de agua se pueden ensuciar, no importando que se perjudique a todos los habitantes que viven “aguas abajo” de los grandes generadores de basuras. Las noticias publicadas sugieren que estas indeseables avalanchas de basuras en nuestras playas son originadas en las poblaciones ribereñas del Alto Magdalena. Por ejemplo, he leído que algunos ambientalistas le atribuyen algo de estos sucios al cauce del río Bogotá.

Por todo esto y definitivamente: Las clave para combatir este desastre de basuras en el Magdalena debe comenzar por la responsabilidad de los ciudadanos en cada sitio, sobre todo cuando no disponen de manera correcta sus basuras y las arrojan al río. Pero, hace falta también la acción técnica y disciplinaria (de manera inmediata) de las 13 corporaciones ambientales autónomas que tienen injerencia directa sobre esta arteria fluvial.

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