El mes pasado cumplí 24 años de escribir regularmente dos columnas semanales, una para los principales diarios regionales y otra para El Tiempo de Bogotá. Por la necesidad de atender otro proyecto que requiere mi dedicación, he decidido suspender ese compromiso semanal. Esto no quita que pueda escribir ocasionalmente sobre temas que me interesan o me sugieran estos diarios que me han acogido durante tanto tiempo.
Ha sido una labor grata y permanentemente desafiante. Me ha sorprendido sin embargo la soledad en la que trascurre esta actividad. Si creí alguna vez que podría tener algún impacto, muy pronto me di cuenta de lo contrario, pero he tenido voz, y eso ha sido suficiente estímulo.
En política, acompañé a Alvaro Uribe en el empalme y durante su primer año de gobierno. Después me entusiasmó la Ola Verde y estuve con Mockus. Respaldé a Enrique Peñalosa para la alcaldía de Bogotá. Todavía espero resultados, pero temo por las palomitas y los árboles. Para la reelección de Juan Manuel Santos escribí y voté a favor de la paz, y fui relativamente afín a su segunda administración, sin entender cómo o por qué flaquearon en la ejecución de los acuerdos y en la toma de control de territorios devueltos por las Farc. En la última campaña presidencial fui un activo opositor a Duque por seguir convencido de la necesidad de no perder la oportunidad de vivir en paz en Colombia.
Aunque inicialmente me sorprendió la aparente moderación del presidente, no he podido desechar la hipótesis de que lo que dice y suena conciliador es una manera de hablar para dejar al interlocutor sin palabras. Si uno está a favor de la paz, dice que todos los colombianos lo estamos y que él también está comprometido, pero que le quiere hacer unas modificaciones para que concuerde con su definición de legalidad, de impunidad y de justicia, de tal manera que al final no es la paz lo que va a buscar, sino su paz. La reforma tributaria se ha convertido en ley de financiación, y “el pacto por Colombia por la equidad” es un pacto de “yo con yo”, sin interlocutores.
En estos 24 años me he obsesionado por unos temas que muchos colombianos no comparten, por ejemplo, el TLC y la paz. Personas muy cercanas me dijeron después de la elección presidencial que aprovechara para no volver a escribir sobre la paz, y a alguien le regalé el libro Audacia de una paz imperfecta, y lo recibió con risa nerviosa.
Persisto en la importancia y la necesidad de crecer más rápidamente y en la idea de que el desarrollo del campo puede ser la fórmula más expedita para lograrlo. Creo en la necesidad de aumentar los impuestos de los más ricos y devolver los de los pobres. Insisto en que el estado colombiano es corrupto e improductivo. Pero lo que más me preocupa es percibir que están desbaratando la paz, creando la expectativa de que van a cambiar la JEP, para asustar a los miembros de las Farc con la posibilidad de que no la van a dejar operar, y detener el tránsito voluntario de militares a someterse a esa jurisdicción que es la que mejores garantías les ofrece. Me despido dando las gracias y temiendo por la paz.