Para empezar, Sergio Fajardo no es un representante de la “nueva clase política” colombiana, como él y sus seguidores pretenden hacerlo ver. Difícilmente, alguien que tiene más de sesenta años, de los cuales lleva cerca de veinte en las lides electorales, puede presentarse como la “renovación” o el outsider, al decir de los gringos. Y es que nada de malo hay en hacer política de tiempo atrás, si esta se ha ejercido con decencia: la experiencia y la honradez son elementos fundamentales para el adecuado manejo de la cosa pública. Lo reprochable, en este caso, estriba en el hecho de que Fajardo se autodenominó el adalid de las buenas prácticas gubernamentales, al tiempo que quiere hacernos creer que nunca ha hecho parte del establecimiento, cuando es exactamente todo lo contrario.

El discurso de Sergio Fajardo dista mucho de su proceder como mandatario. Cuando fungió de alcalde de Medellín y gobernador de Antioquia, participó en política de frente y sin reatos, para favorecer a su candidato, el mismo que habría de sucederlo en ambos cargos. Como los gatos, que esconden sus “desastres”, Fajardo necesitaba de un adlátere que le ayudara a desaparecer los desmanes provocados por su falta de pericia como administrador. En el caso de Medellín lo consiguió: Alonso Salazar resultó ungido del favor popular y fue el “gato” de esa ocasión para Fajardo. Años después, la misma receta no le funcionó a Fajardo en la Gobernación de Antioquia (Salazar fue derrotado, afortunadamente) y se supo entonces que ese departamento estaba al borde de la debacle financiera, por cuenta de las pilatunas del matemático.

La Auditoria General de la República y la Contraloría Departamental de Antioquia han evidenciado el desastre monumental que dejó Sergio Fajardo a su paso por la gobernación. El asunto es tan grave que estos dos entes públicos han denunciado ante la Procuraduría y la Fiscalía múltiples conductas y omisiones que podrían llegar a constituir faltas disciplinarias y tipos penales en cabeza del impoluto de Fajardo. La actual administración del gobernador Luis Pérez no se ha quedado atrás: el secretario de Hacienda de Antioquia, Adolfo León Palacio, le dijo a la revista Semana hace un año que “los gastos de la Administración anterior fueron mayores a los ingresos, la deuda se disparó, el departamento por primera vez incumplió la Ley 617 de desempeño fiscal y que, según la Contraloría General, quedó como el de mayor déficit en el país. Además, entidades como el Instituto para el Desarrollo de Antioquia (Idea), la Reforestadora Integral de Antioquia (RIA), Teleantioquia, la Empresa de Vivienda de Antioquia (Viva) y Savia Salud EPS tuvieron pérdidas significativas, especialmente en el último año”.

Sobre Sergio Fajardo pesan serios cuestionamientos: su capacidad para gobernar y su probidad están en tela de juicio, y no se trata de un persecución política, como él lo alega. Los números no mienten… Si lo sabrá un matemático... También ha quedado claro que, aunque Fajardo pregone que es un político de centro, lo cierto es que su alma es la de un populista de izquierda, lo cual no es delito per se. El “aquelarre” en casa de Claudia López (que quedó registrado en una fotografía), rodeado de la crema y nata del mamertismo criollo, es apenas una prueba documental de lo que todos ya sabíamos.

Votantes todos, no se dejen engañar por un lobo con piel de oveja, que puede hacerle más daño al país del que ya le han hecho Santos y sus obsecuentes cómplices de la Unidad Nacional.

La ñapa: El montesinos del Régimen, Juan Fernando Cristo, dejó tirado el puesto dizque para aspirar a presidente. ¡Qué va! ¡No lo eligen ni de alcalde de Cúcuta!

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