Para que nuestras relaciones adultas prosperen, en la pareja, con los hijos, en el trabajo, en nuestra familia y comunidad, necesitamos hacernos responsables de los sentimientos dolorosos retenidos en nuestras memorias infantiles y los de aquellos eventos que nos dejaron una herida emocional. Para crecer-nos en experiencias amables, que nos generen bienestar, confianza y buen trato, para mantener nuestro corazón liviano y poder apreciar las bondades de la vida necesitamos dejar atrás el pasado y liberar todo patrón de víctima que observemos en nuestro presente.
¿Y como nos damos cuenta si tenemos un patrón de víctima activo, dominando nuestra vida? Primero que todo necesitamos convertirnos en buenos observadores de nosotros mismos, pillarnos lo que vamos sintiendo y los diálogos que aparecen en nuestra mente y que nos conectan a la pesadumbre, la queja, el lamento, los reproches y malestares por lo que ya fue. En lugar de rumiar necesitamos poner en marcha nuevas maneras de comprender lo vivido. Toda experiencia cumple un propósito que nos lleva a aprendizajes y nos facilita recursos para conocer la fuerza de nuestro espíritu.
Si atraviesas en este momento eventos que te entristecen, te enojan, inconforman o duelen, es momento para sentirlo y abrazar eso que te sucede. Conectarnos al sentir es algo que como cultura hemos desconocido, le hemos dado mucho más valor a pensar que a sentir y es a través del pensamiento qué traemos las memorias de lo ya vivido una y otra vez. Conectarnos al sentir nos conecta al cuerpo, nos permite hacer presencia en la experiencia actual, nos da la posibilidad de reconocer los efectos que la realidad produce en nosotros y nos da la posibilidad de movernos consientes hacia lo que para nosotros es importante.
Así, nos hacemos responsables de que nuestra mente es la que lleva la carga de lo pasado, y que de acuerdo a lo que pienso y creo interpreto y experimento la realidad actual. Nuestra realidad es el efecto de lo que creemos. El sentir conecta con este momento y con esta experiencia qué instante a instante está en tránsito.
Quedarnos en el rol de víctima es quedarnos en una postura infantil que nos hace sentir indefensos y vulnerables, en continua queja, llorando por que sí y porque no, sintiendo que somos víctimas de las circunstancias y de los manejos de los demás, así como víctima de historias pasadas o de malas decisiones. Algunos rasgos distintivos del rol de víctima son: Verse como producto de las circunstancias externas sobre las que no tienen control; sentirse incapaces de tomar decisiones y de cuidar de sí mismos; sentirse aterrorizados, aletargados, bloqueados o paralizados; sentirse insignificantes, ansiosos e infantiles; poseer un profundo sentido de la vergüenza y de la inadecuación o de lo inoportuno.
Salir de este rol que nos consume la energía vital, el poder personal y la capacidad de asumir la vida y vivirla a plenitud requiere tomar la decisión de liberar el pasado y aprender a cuidarse, protegerse y sustentarse a sí mismos. Para ello es necesario asumir la responsabilidad por lo que pensamos, moviéndonos con lo que sentimos de manera consciente hasta abrazar los puntos fuertes y de los dotes personales que nos devuelven el equilibrio y nos facilitan el camino para adquirir con todo lo vivido nuevas aptitudes y conocimientos. Necesitamos asumir y transformar las creencias o convicciones que perjudican y que nos mantienen sumidos en la carencia, la impotencia y la inestabilidad. Para avanzar y ser un adulto al servicio de su vida necesitamos ser el padre y la madre cariñosa para nuestro niño interno y mirar hacia la vida como el gran regalo que es, agradeciendo que nos dio experiencias para trascender y reconocer el invaluable potencial del ser que nos habita.
En la próxima columna exploraremos el “rol de perseguidor - agresor”.