En las semanas anteriores hemos estado abordando sobre la necesidad de reconocer en nuestras relaciones lo que el psicólogo Stephen Karpman llamó “el triángulo dramático”: los roles de víctima, perseguidor y salvador. Toda relación disfuncional está atravesada por este triángulo. Hoy exploraremos el rol del perseguidor, uno de los roles que más afecta las relaciones y nos atrapa en conflictos, tensiones, insatisfacciones, caos y malestar.
El talante negativo de este rol mantiene a las personas a distancia, ya que este rol surge como un mecanismo de defensa, un escudo protector que resguarda del intenso dolor interior producido por heridas infantiles. La voz del perseguidor representa la voz de un padre autocrático, un padre en la sombra que se graba como la voz del juez interno que culpabiliza, avergüenza y que activan inseguridades que le acompañan a lo largo de la vida.
El perseguidor se mantiene en un campo de batalla emocional en el que acumula grandes dosis de rabia, explosiones o reacciones de cólera intensa. El perseguidor carga con las secuelas de abusos a los que fue sometido y se hace experto en esconder el dolor, la ansiedad y la vergüenza. Se muestra posesivo, controlador, exigente, hiriente, justiciero y poderoso, actitudes con las que intimida a los demás.
En los niños lo observamos en conductas como el bullying o matoneo, en la posición de justicieros, en actitudes retadoras, oposicionistas, rígidas y severas. Estos chicos proyectan en el mundo lo que llevan en sus corazones heridos. Usualmente se agrava el problema al rechazarles, castigarles, señalarles y hasta excluirles de los entornos sociales en los que se desenvuelven reforzándoles y confirmándoles de esta manera que son inadecuados, que necesitan defenderse, esconder su vulnerabilidad y vergüenza tras capas de dureza, que el mundo no los acoge y que requieren mantenerse en posición de defensa y ataque. Reconocer detrás del perseguidor el niño herido, a la víctima escondida permite acompañarlos en el proceso de sanar el dolor emocional y recuperar la inocencia propia del alma infantil.
De adultos este rol lo jugamos de muchas maneras, le observamos en escenarios de violencia intrafamiliar, en las personas que humillan, desvalorizan y descalifican a quienes no comparten sus posiciones, en aquellos que se creen portadores de la razón, del poder para someter a otros, avergonzar, exponer o agredir a quienes ven como enemigos. Desde este rol rara vez se cumple lo que se promete y se ve el mundo polarizado en blanco o negro, bueno o malo, correcto o incorrecto, amigo o enemigo.
Lo difícil para reconocer este rasgo en nosotros mismos (todos lo tenemos en algún grado) y salir de este rol es la ausencia de consciencia de este movimiento. Al adolecer de ansiedad, sentir que se es perfecto, de que son los demás y el mundo la causa del malestar, de que hay conflictos o situaciones adversas, no se asume la responsabilidad mental y emocional como autores de nuestra narrativa interna quedándonos en la trampa de la proyección sin movernos a la acción, a buscar la solución mediante herramientas y recursos que nos impulsen al cambio. Al asumir el rol de perseguidor no reconocemos que es opresivo, crítico, que condena y abusa bajo una conducta justificada o victimizada y muchas veces necesitamos ser protagonistas de serios reveses para admitir abiertamente su presencia.
Si tu rol predeterminado en una situación de estrés es el de perseguidor, y si además quieres desprenderte de él, sería muy gratificante que hicieses lo siguiente:
- Responsabilizarte de tus episodios de cólera.
- Respirar profundamente y calmarte antes de hablar.
- Acostumbrarte a no tener siempre la razón y a no controlar.
- Reconocer tu propia carencia.
- Valerte de la energía emocional.
- Asignarle un nombre a tu perseguidor, ríete de él.
- Enfrentarte a tu propia vulnerabilidad.
El perseguidor para dejar de serlo necesita asumir la responsabilidad de su cólera, reconocer sus traumas, miedos y carencias, y enfrentarse a su propia vergüenza y vulnerabilidad.
“La ira que hay en ti es como una flor. Al principio quizá no comprendas su naturaleza, o porqué ha surgido, pero si sabes abrazarla con la energía de ser consciente, empezará a abrirse”.Tich Nhat Hanh.