En los artículos anteriores revisamos los tres roles o modos de actuar que sostienen el llamado “triángulo dramático” que llevan a dinámicas familiares y relacionales malsanas, difíciles, desestructuradas o enfermas. Estos roles son juegos psicológicos en los que nos enganchamos desde la tensión, los ciclos de culpa y resentimiento, las cargas o patrones mentales y emocionales tóxicos. A estos personajes que fabricamos para defendernos y/o adaptarnos a un entorno disfuncional los llamamos la víctima, el perseguidor y el salvador.
Cuando se logra salir del triángulo dramático se entra a un espacio de relaciones seguras, tranquilas, confiables y relajantes donde se respira un clima de libertad para expresar afecto, para ser espontáneo y auténtico, para lograr conexión e intimidad con las personas significativas en nuestro mundo relacional.
En esta resonancia relacional estamos libres de las batallas y luchas de poder, de la supremacía y control que son estrategias propias del triángulo dramático y nos movemos desde el imperio del amor que sostiene, apoya y se comparte, facilitando una comunicación franca, honesta, coherente, cordial, divertida, que busca el gana-gana como método para manejar los conflictos, respetando las diferencias, el desarrollo y la individualidad propia de cada ser.
El alma humana anhela moverse en círculos de relaciones saludables, en espacios de inclusión, donde se ocupe un buen lugar y se mantenga la seguridad de respeto a la pertenencia y el equilibrio en el intercambio justo. ¿No es esto lo que todos deseamos? ¿No es acaso el propósito de la educación formar seres humanos capaces de convivir en armonía y manifestar su potencial?
Reconocer y asumir las necesidades de empatía, responsabilidad y el poder personal en cada uno, nos lleva a la expresión auténtica de nuestra naturaleza, a trascender las sombras de la posesividad, el control, la carencia o necesidades de aprobación ocultas tras los roles del triángulo dramático. Estas necesidades no pueden ser satisfechas fuera del “yo” y al no lograr ser satisfechas se manifiestan a través de comportamientos emocionales de cólera y crítica (el perseguidor), culpa y sacrificio (el salvador) y temor o vergüenza (la víctima).
Las emociones están originadas por nuestras creencias y pensamientos, por tanto, si tienes emociones que te restan la fuerza vital y la armonía, ello significa que estás aferrado a creencias y pensamientos en los que impera el miedo aprendido y que sigues reproduciendo una y otra vez. Ahora puedes darte cuenta si te gobierna la energía del amor o la del miedo. Diferenciar esto te da la pauta para saber en qué tipo de relaciones te atrapas: tóxicas o saludables, dramáticas o auténticas, plenas y conscientes.
Querido lector, tómate un momento y respóndete con honestidad las siguientes preguntas:
¿Tu actitud en las relaciones es de juicio, condena, crítica, acusación o tiendes a tener una actitud compasiva y comprensiva?
¿Vas por la vida mirando en blanco y negro o percibes los colores y matices en tu realidad?
¿Vives atrapado tras máscaras para que te validen aunque te sientas un impostor o te muestras tal y como eres?
¿Evitas enfrentar las diferencias o desacuerdos aunque después te sientas mal?
¿Te sientes presionado por la culpa, las obligaciones y responsabilidades o te mueves relajado y tranquilo?
Si te das cuenta que prima en ti la necesidad de aprobación, satisfacción o control externo es hora de migrar del triángulo dramático hacia el triángulo del amor y llevar una vida armoniosa y plena, sintonizada con una relación personal, familiar y social saludable.