Albania está en obras. Por todas partes en este pequeño país de los Balcanes se están ampliando carreteras y aceras, arreglando las calles empedradas de sus pintorescos pueblos otomanos, restaurando templos y monumentos o levantando un modernísimo estadio de fútbol en la capital Tirana. Sin duda, Albania quiere ponerse a punto para atraer turistas extranjeros, que por lo visto ya han empezado a descubrir las maravillas de este rincón de Europa.

Durante la época comunista, era el país más aislado del continente y prácticamente cerrado a visitantes extranjeros. El dictador durante la mayor parte del régimen comunista, Enver Hoxha, padecía una paranoia claustrofóbica. El barrio dónde residía en Tirana estaba incluso cerrado para los albaneses de ‘a pie’ y reservado a la élite del partido. Hoy el todavía llamado ‘bloque’ es la zona de bares y restaurantes de moda de la capital. Ironías de la historia.

Entre las muchas construcciones nuevas destaca la enorme mezquita en el centro de Tirana. Se levanta en el lugar del antiguo templo musulmán que fue destruido durante la liberación de Tirana por parte de los partisanos de Hoxha en la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, el diseño tiene poco que ver con el original y la nueva mezquita es bastante más grande, quitándole protagonismo al Parlamento de Albania que está al lado.

La obra está financiada por la Turquía de Recep Tayyip Erdogan. Ankara lleva años gastando dinero en restaurar y preservar el legado cultural del Imperio Otomán, pero proyectos como el de la mezquita de Tirana persiguen más bien un fin político: marcar territorio y ganar influencia a través de la religión.

Albania, como el resto de los Balcanes, tiene una historia muy sangrienta de luchas fratricidas entre musulmanes, cristianos ortodoxos y católicos, sin olvidar la persecución de los judíos durante la ocupación nazi. En 1967 Hoxha decretó que Albania fuera el primer país ateísta del mundo. Se destruyeron muchos templos, algunos históricos, y hubo una persecución brutal de religiosos.

Afortunadamente, profesar la religión hoy ya no está prohibido, pero las huellas de la política de Hoxha son visibles. En las calles de Tirana y otras ciudades apenas se ven mujeres cubiertas por un pañuelo, desde luego muchas menos que en Berlín, Londres o París. Sin embargo, a juzgar por el esfuerzo constructivo de nuevos y grandes templos -no solo mezquitas, sino también iglesias ortodoxas y católicas- parece que haya gran interés en resucitar los diferentes sentimientos religiosos. La Albania pos-comunista ha tenido la suerte de escapar el desgarro bestial que sufrió su vecino del norte, la antigua Yugoslavia, que vivió auténticos genocidios en las guerras de los 1990s.

Por ello habría que tener cuidado. Garantizar la libertad religiosa es necesario. Pero inflamar la llama de la fé en esta parte del mundo que ha visto tantas barbaridades cometidos en nombre de un dios u otro podría resultar muy peligroso.

@thiloschafer