Realmente no me hacía falta otra prueba de que los efectos del cambio climático son cada vez más visibles y castigan más a la tierra y sus habitantes. Pero como las cosas que te tocan más de cerca suelen afectarte más, me deprime ver estos días la ribera del Rhin en Düsseldorf (Alemania), el paisaje de mi infancia y juventud. A estas alturas del año, en el comienzo de otoño, la hierba suele estar de un verde intenso. Sin embargo, un segundo año de sequía ha pintado todo el paisaje fluvial en tonos ocres y marrones con escasos brotes verdes.

Recuerdo esto, por supuesto, con motivo de la Cumbre sobre la Acción Climática de Naciones Unidas, que se ha celebrado esta semana en Nueva York. Es muy buena noticia que la crisis medioambiental, causada por la acción humana, por fin ocupe un lugar verdaderamente prioritario en la agenda política y social. Lo digo porque para muchos de nosotros es un tema incómodo del que es mejor no hablar, como la muerte o las enfermedades degenerativas. Sabemos que el cambio climático es irreversible y que es sumamente difícil mitigar sus efectos, por no hablar de revertirlo. Además, nos sentimos culpables de ello, sobre todo en regiones ricas como Europa, donde disfrutamos un estilo de vida basado en el consumo desenfrenado, el tráfico o los frecuentes viajes en avión.

Por eso, Greta Thunberg, la activista sueca, despierta tantas simpatías y atrae tanto la atención. Los mayores no podemos sino ruborizarnos de vergüenza ante las nuevas generaciones a las que les tocará vivir las peores consecuencias de lo que ha provocado el desarrollo económico en las últimas décadas. En su emocionante intervención ante los líderes mundiales en la ONU el lunes, Thunberg les atacó en términos inusualmente duros para este tipo de reuniones y para la propia activista, echándoles la culpa por su falta de acción.

Sería muy cómodo para nosotros echarle la culpa de todo este desastre a los políticos y las grandes empresas. La responsabilidad individual de cada uno de nosotros es evidente y perentoria, pero también lo es que no llegaríamos a ninguna parte sin un gran empujón por parte de los dirigentes políticos y empresariales. De poco sirve limitar el tiempo en la ducha a dos minutos si se desperdicia una cantidad infinitamente mayor en regar cultivos cada vez más extensivos y que, en parte, acaban en la basura. Ni subir los grados del aire acondicionado para ahorrar electricidad mientras cada noche grandes bloques de oficinas quedan encendidos, iluminando escritorios vacíos.

Está bien que muchas grandes empresas se vayan dando cuenta de la importancia de la lucha contra el cambio climático y que se hayan comprometido a cooperar. Pero sin reglas mucho más claras y contundentes por parte de los gobiernos no será suficiente, me temo. Como dijo Greta Thunberg, el problema es que el pilar fundamental del modelo capitalista hasta hoy es el crecimiento perpetuo, aunque no sea sostenible en el medio plazo.

@thiloschafer