Este viernes Christine Lagarde asume la presidencia del Banco Central Europeo. Es el cuarto dirigente de la institución, el segundo de Francia y la primera mujer. Los ocho años del italiano Mario Draghi al frente del BCE han sido la época más difícil de la todavía joven Unión Monetaria. Hay consenso sobre su gran labor a la hora de prevenir la quiebra del euro con aquellas famosas palabras de julio de 2012 en las que aseguró a los mercados que haría “lo que fuera necesario” para salvar la moneda única.

Con Draghi la política monetaria en Europa entró en terreno desconocido: bajó los tipos de interés a cero -incluso negativo para los bancos- e inyectó a los mercados de deuda gigantescas sumas de dinero. Las duras críticas a esta política evidencian el desequilibrio estructural de la zona euro. En Alemania y otros países del norte de Europa Draghi ha sido despedido estos días con un balance más bien crítico o claramente negativo, mientras que en los países periféricos se le celebra como el salvador del euro.

La razón de estas discrepancias está en la esencia misma de la política monetaria. Los tipos de interés cero son letales para los ahorradores. Mis compatriotas alemanes no le perdonan a Draghi haber borrado toda la rentabilidad de sus depósitos. Mientras, los tipos cero son buenos para todos aquellos que tienen deudas o necesitan un crédito. Pero el que más se ha beneficiado de esta dinámica es el Tesoro de Alemania, que lleva años emitiendo bonos a tipos negativos, o sea, que los inversores le pagan por prestarle dinero. También se benefician países como España, Portugal o Italia que hasta hace poco tenían que pagar intereses altos por sus deudas más elevadas.

El peso de Alemania en las decisiones del BCE corresponde al de la economía más grande de la Eurozona. Pero eso no quiere decir que manden los alemanes, como muestra su enfado con Draghi. Wim Duisenberg, el primer presidente del BCE, dijo que sentía mucha menos dependencia de la economía alemana que cuando había sido gobernador del Banco de Holanda.

El cambio en la cúpula del BCE se produce en medio de un debate sobre el mandato del banco. Dado que lleva mucho tiempo sin conseguir el objetivo de asegurar una inflación cerca del 2%, hay economistas que consideran cambiar los estatutos y poner menos enfoque en la estabilidad de los precios y más en fomentar el crecimiento y el empleo.

Con Lagarde toma las riendas en Frankfurt una política, exministra y exdirectora del FMI. El vicepresidente, Luis de Guindos, también viene del mundo político. Esta circunstancia ha despertado ciertos recelos, aunque nadie duda de las competencias de esta pareja en materia económica. El problema de Lagarde es que no tiene mucho margen para hacer frente a una nueva crisis económica, con los tipos en territorio negativo y un amplio programa de compra de deuda ya en marcha. La nueva presidenta quizá tenga que explorar vías menos ortodoxas sin miedo a una reacción airada de los alemanes.

@thiloschafer