Estas semanas se rememora el 30 aniversario de la caída del Muro de Berlín y, en general, el desmoronamiento de todo el bloque soviético. El año pasado se celebró el 200 aniversario del nacimiento de Carlos Marx. La mal llamada República Democrática Alemana (RDA) fue uno de los principales laboratorios para las ideas del famoso filósofo alemán. Su materialismo dialéctico primaba los intereses materiales del ser humano sobre inquietudes y consideraciones más espirituales. En tiempos de Marx, la prioridad de la clase obrera era mejorar sus condiciones vitales, pero el siglo XX mostró que la humanidad, incluyendo la clase obrera, no había dejado de entusiasmarse por motivos más allá de su bienestar personal: las ideologías, religiones o nacionalismos.
En este sentido, la caída del Muro hace 30 años ofrece una lectura doble. Por un lado, los alemanes del Este se rebelaron contra una dictadura que mataba a su propia gente por intentar huir. Muchos medios y políticos han resaltado esa lucha por la libertad de los ciudadanos de la RDA como la esencia de aquella revolución. Sin embargo, en la revuelta contra el comunismo también jugaron un papel importante intereses económicos. Durante décadas, los alemanes del Este habían sido expuestos al consumismo del Oeste, bien porque podían captar la señal de la televisión occidental o porque tenían familiares que en sus visitas al Este les traían todo tipo de productos que allí no había. En la Nochevieja de 1988 conocí en Praga –en la Checoslovaquia comunista– a un grupo de alemanes orientales. No podían comprender como mis amigos y yo –alemanes del Oeste– podíamos pasar las vacaciones en Praga pudiendo viajar a París, Londres o Roma. Ellos anhelaban la posibilidad (libertad) de ir donde les apeteciera, pero también les atraía la posibilidad consumista de visitar estas ciudades occidentales que conocían de la TV.
Tras la caída del Muro, a los de la RDA se les prometieron “paisajes florecientes”, en palabras del canciller Helmut Kohl. Pero llegaron los cierres de numerosas empresas, un desempleo masivo y la marcha de millones de alemanes orientales al Oeste. Hoy la situación está mucho mejor, pero persisten grandes diferencias entre salarios y pensiones entre ambas partes del país.
Existe un sentimiento de discriminación que explica, según los expertos, el alto apoyo en la ex-RDA para Alternativa para Alemania, el partido xenófobo que ha crecido por encima del 20% del voto en tres elecciones regionales en el Este este otoño. A sus votantes no les mueve solamente su situación económica. De otra forma no se explica el voto para AfD cuyas políticas económicas no favorecen a las clases bajas. Se trata más bien de una cuestión identitaria: reafirmarse como alemanes frente a los de fuera. Puede que se sientan alemanes de segunda, pero todavía se consideran mejores que los inmigrantes que supuestamente vienen a quitarles el trabajo. Queda ya muy lejos la proclama marxista ¡Proletarios del mundo, uníos!
@thiloschafer