Un año más –y ya van unos cuantos– en la mayor parte de Alemania nos hemos quedado sin Navidades blancas. En vez de nieve, en mi ciudad natal de Düsseldorf las bajas temperaturas vienen con una lluvia fina y perenne. El otro día pasé con mi padre por un lago en el centro de la ciudad. De pequeño, patinaba allí todos los inviernos sobre el lago congelado e incluso jugaba al hockey sobre hielo, un deporte muy popular en estos lares. Hoy, esto solo es posible en una pista de hielo artificial alrededor de una fuente en el centro de la ciudad y bajo un bonito domo de luces.

Aunque el sueño de celebrar las Navidades en un paisaje blanco se aleja cada vez más con el cambio climático, las fiestas en Alemania están ganando en popularidad y opulencia. Los mercadillos navideños, tan típicos de esta parte de Europa, se han convertido en un gran atractivo turístico. En la temporada prenavideña, llegan a Düsseldorf cada día autobuses fletados desde Holanda, Bélgica y otras partes de la región. Vienen por el gran ambiente festivo y la oferta casi ilimitada para compras. Hay cientos de puestos callejeros vendiendo todo tipo de artesanía. A esto se suman los grandes almacenes, las tiendas de lujo y otras de todo tipo. Es una buena muestra del consumismo desenfrenado que denuncian los críticos de las Navidades.

Sin embargo, esto es solo una parte de la temporada festiva. Aunque han existido siempre, en los últimos años se han popularizado todavía más los puestos de comida y bebida navideños, sobre todo los del famoso –y peligroso– Glühwein, un vino caliente especiado. No falta quien critica también la falta de espiritualidad de estas reuniones a cielo abierto, amenizadas a veces con conciertos que alguna vez pueden adquirir cierto tono carnavalesco. Pero en el fondo, es siempre algo muy familiar para los alemanes.

A la gente le encanta desafiar las bajas temperaturas y la oscuridad de los días más cortos del año con un Glühwein y las lucecitas. Disfrutan de la compañía de amigos, familiares y colegas del trabajo. En fin, buscan el calor humano en medio del frío. Quizás el incremento del público en estos puestos sea una reacción a cierto sentimiento de alienación provocado por la globalización y el avance tecnológico vertiginoso.

Esto explicaría también otro fenómeno reciente. En algunas iglesias de Düsseldorf, por segundo año, emplean personal de seguridad para controlar la gran afluencia a la misa de Nochebuena y evitar el abarrotamiento de los templos. Recuerdo que muchas personas solían acudir solo una vez al año a la iglesia con motivo de la Navidad, pero no que los templos rebosaran de gente. No creo que haya un resurgimiento de la fe cristiana. Se trata más bien de recuperar tradiciones, de ir a las raíces, un tema identitario tan típico de nuestro tiempo.

Es una paradoja que la Navidad sea la máxima demostración del frenesí consumista de nuestra sociedad capitalista y, al mismo tiempo, el momento de mayor espiritualidad del año para mucha gente.

@thiloschafer