España por fin vuelve a tener un gobierno con plenas facultades para llevar a cabo reformas y elaborar presupuestos, después de nueve meses con un Ejecutivo en funciones y dos elecciones parlamentarias. Esa es la buena noticia. La mala es que no cabe tener demasiadas esperanzas de que la inestabilidad política, que comenzó en 2015 con el fin del sistema bipartidista en el que socialistas y conservadores se turnaban en el poder, haya llegado a su fin.
El gobierno en minoría del presidente socialista Pedro Sánchez con la izquierda de Unidas Podemos -el primer Ejecutivo de coalición desde el fin de la dictadura franquista- tiene fundamentos débiles. Sánchez fue elegido por el Parlamento por un margen estrechísimo de 167 votos a favor y 165 en contra. Ganó gracias a la abstención de los 18 diputados separatistas de ERC (Cataluña) y Bildu (País Vasco). Y la dependencia de este apoyo es su tacón de Aquiles. Los tres partidos a la derecha le han tildado de “traidor”, “felón” y otras lindezas en una competición lamentable por agitar la bandera nacional frente a la amenaza separatista. Incluso han llegado a cuestionar los tres la legitimidad del presidente Sánchez. Eso muestra un déficit de cultura democrática, ya que su elección se ajusta perfectamente a las reglas marcadas por la Constitución.
El nuevo gobierno, sin duda, lo va a tener muy difícil. Para empezar, con los partidos separatistas catalanes cuya dinámica interna es imprevisible. A diferencia de ERC, las otras dos formaciones independentistas catalanas, Junts per Catalunya y la CUP, votaron en contra de Sánchez. Éste ha aceptado formar una mesa de diálogo entre los gobiernos central y catalán para buscar una solución política al conflicto territorial provocado porque cerca de la mitad de los catalanes apoya la independencia. Es un paso importante, porque durante demasiado tiempo no ha habido apenas palabras entre Madrid y Barcelona. Las diferencias entre ambos lados son enormes, pero solo hablando se consigue avanzar a alguna parte.
Otro riesgo para el nuevo gobierno es el entendimiento entre los propios socios. Hasta hace poco los socialistas del PSOE y Unidas Podemos se intercambiaban descalificaciones en una relación marcada por la desconfianza, especialmente entre sus líderes. El pasado septiembre, Sánchez dijo que no podría dormir por la noche si el jefe de Podemos, Pablo Iglesias, estuviera dentro de su consejo de ministros. Ahora todo parece olvidado y los dos se abrazaron efusivamente delante de las cámaras. Ojalá tengan la madurez política y personal para gobernar juntos sin muchas controversias. Porque cada error costará caro y podría hacer tambalear este primer gobierno de coalición.
España necesita urgentemente volver a cierta normalidad política después de cuatro elecciones nacionales en tantos años. La ciudadanía está harta y exhausta de vivir en una especie de campaña electoral perpetua y el país necesita reformas tras un parálisis que ha hecho perder demasiado tiempo.
@thiloschafer