Muchos deportistas han admitido que una vez cumplidas sus ambiciones se encontraron con un problema. Después de haber dedicado años, a veces toda su juventud, con mucho esfuerzo y privaciones a perseguir el sueño de un oro olímpico, un mundial o ser el número uno del planeta en alguna disciplina, de repente, se quedaron sin objetivos claros. A algunos les queda suficiente motivación para seguir cazando récords y títulos. Otros caen en un vacío.
Algo parecido ocurre con determinados políticos que llevan mucho tiempo enfocados en un gran objetivo. Por ejemplo el Brexit. Desde el viernes pasado, el Reino Unido oficialmente ya no forma parte de la Unión Europea, casi medio siglo después de haber entrado en el club. Sin embargo, hasta el 31 de diciembre todo sigue igual para ciudadanos y empresas a ambos lados del Canal de la Mancha a la espera de que Londres y Bruselas negocien un amplio acuerdo sobre su relación futura.
En la noche del 31 de enero muchos británicos estaban de luto por abandonar la UE mientras otros celebraban la supuesta recuperación de la independencia de las Islas, aquello de “let’s take back control” (“recuperemos el control”). Pero en su primera gran intervención desde el Brexit el lunes, el primer ministro Boris Johnson dió claras señales de que no está dispuesto a renunciar a usar a la UE como el gran enemigo del pueblo británico, culpable de todos sus males pasados, presentes y futuros. En un tono bastante agresivo, Bozza arremetió contra la pretensión de Bruselas de que el Reino Unido acepte las normas y regulaciones que rigen la relación actual entre ambas partes a cambio de seguir teniendo acceso pleno al mercado único europeo, algo bastante razonable.
Johnson advirtió que su país ya no tiene por qué aceptar tal imposición desde el Continente y amenazó con quedarse sin acuerdo comercial ninguno. Para ello recibió el aplauso previsible de parte de la prensa sensacionalista que más había promovido el Brexit, como el diario The Sun que comentó que “las demandas de la UE a un Reino Unido recién independiente resultan infantiles”.
Hay quien cree que Johnson con su discurso anti-europeo intentaba reforzar su posición en las negociaciones con la UE. Pero detrás hay también algo psicológico. El dirigente conservador, que empezó su carrera como periodista en Bruselas escribiendo bulos sobre las instituciones comunitarias, simplemente no puede soltar la prenda. Necesita agarrarse al enemigo de Bruselas para mantener a flote su barco. En esto no se diferencia tanto de los ultras de UK Independence Party, luego Brexit Party, cuyo propio nombre ha dejado de tener sentido el 31 de enero.
Johnson y los demás combatientes del Brexit se encuentran en la depresión del atleta que acaba de ganar el oro. Se han quedado sin meta vital. Aprenderán que siempre resulta mucho más fácil movilizar al votante en contra de un enemigo, ficticio o real, que gestionar un país para satisfacer las verdaderas necesidades de la gente.
@thiloschafer