A estas alturas tempranas del 2020 estamos ya un poco saturados de recuerdos de los Años Veinte (los del pasado siglo), por lo menos en Europa. Los medios, editoriales y productoras de cine han creado un sinfín de productos sobre aquella época convulsa y fascinante. Las contribuciones más serias recuerdan que aquellos tiempos de explosión cultural y tecnológica sin precedente, de ligereza y lujuria en los cabarets de Berlín y París, fueron el preludio de la crisis, del auge del nazismo y del desastre absoluto de la guerra. De allí, los comentaristas sacan conclusiones para los recién inaugurados Años Veinte del siglo XXI.
Como para dar razón a estas comparativas, la semana pasada se produjo un gran escándalo político en Turingia, un pequeño estado federado de Alemania del Este. En una ’carambola’ parlamentaria, el candidato del partido liberal FDP salió elegido como primer ministro con los votos de los diputados de la Unión Democristiana (CDU) y la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD). Fue la primera vez que el centroderecha se apoyaba en AfD, una formación hasta entonces vetada por todas las demás fuerzas políticas. En Berlín se encendieron las alarmas. La propia canciller Angela Merkel dijo que se habían cruzado todas las líneas rojas y ordenó a sus colegas de la CDU de Turingia deshacer el embrollo.
En los medios alemanes y redes sociales no tardaron en hacer comparación con la llegada al poder de Hitler, por vías perfectamente legales y democráticas, de la mano de los conservadores en 1933. Además, el líder de AfD en Turingia, Björn Höcke, es un ultra dentro de su propio partido extremista y no le hace ascos en sus citas ni siquiera al mismísimo Goebbels.
La reacción decidida de Merkel y las criticas duras de todo el espectro político en Alemania resultaron muy edificantes. El cordón sanitario contra la ultraderecha sigue en pie, al menos de momento. En otros países, como España o Italia, los partidos de extrema derecha no sufren el mismo estigma.
Pero, cuidado. La presidenta de la CDU, Annegret Kramp-Karrenbauer, la sucesora designada de Merkel, ha renunciado a su candidatura a la cancillería por su mala gestión del escándalo en Turingia. Está abierta la carrera para buscar otro aspirante y se ha abierto un debate sobre la orientación futura de los democristianos. Hay quienes apuestan por continuar la política moderada de Merkel. Otros la acusan de haber movido el partido demasiado a la izquierda y exigen una vuelta a posiciones más conservadoras, lo que podría incluir un replanteamiento de la relación con AfD.
Algunos creen que a la ultraderecha se la combate mejor abrazando sus posiciones y permitiéndola entrar en las instituciones. Pero el problema es que, no solo mantiene posiciones racistas, homófobas, y negacionistas del cambio climático o del holocausto, sino que también están en contra del sistema, de la esencia misma de la democracia, a la que pretenden destruir desde dentro. Es lo que consiguió Hitler justo después de los 1920s.
@thiloschafer