En Europa nos escandalizamos a menudo con las imágenes de migrantes centroamericanos que son rechazado y maltratados en la frontera entre México y Estados Unidos, o incluso ya por el camino en Guatemala. Estos días, sin embargo, se repiten las mismas imágenes deplorables de personas que se arriesgan en busca de una vida mejor siendo agredido por guardias fronterizas y policías en Grecia. Turquía ha abierto sus fronteras y ha invitado a los cientos de miles de refugiados que malviven en el país a marcharse al norte hacia la Unión Europea.
Ankara rompe de esta manera un pacto que firmó en 2016 con la UE, impulsado por la canciller alemana Angela Merkel. Bruselas ofreció a Turquía cuantiosas ayudas con tal de que no dejara salir del país a los refugiados que huyen de las guerras en Siria, Irak o Afganistán. Era una solución cínica con que Merkel y otros mandatarios europeos esperaban quitarse de encima el problema del flujo migratorio. Ahora es el presidente turco Recep Tayyip Erdogan el que hace un juego cínico con los migrantes a los que se ofrece incluso transporte gratis a la frontera con Grecia. Muchos de ellos han abandonado sus casas y trabajos que tanto les había costado conseguir, solo para encontrarse con la frontera griega cerrada a cal y canto. Esta decisión es todavía más miserable si se considera que Turquía es una de las partes activas en la guerra civil de Siria que está provocando buena parte de los flujos de refugiados a Europa.
Ahora las autoridades europeas han ofrecido ayudas a Grecia para que fortalezca su frontera con Turquía y mantenga los migrantes fuera. Son 700 millones de euros, más helicópteros, camiones y guardias de Frontex, el organismo comunitario para las fronteras exteriores de la UE. Grecia incluso ha suspendido el derecho de asilo durante un mes. Es triste ver que la reacción de Europa al fenómeno de la migración no es tan diferente del muro de Donald Trump que tanto se critica en el Viejo Continente. Y es penoso constatar que los países de la UE han malgastado estos cuatro años desde que se lograra el pacto infame con Erdogan para poner en marcha un sistema de migración regulada, con un reparto más equilibrado de los migrantes por cada estado miembro.
Hay gobiernos que se siguen negando a recibir un solo migrante y otros que tienen serias dificultades en hacerse cargo solos, especialmente Grecia e Italia. Esta situación no tiene pinta de cambiar pronto, pero hay un factor que ofrece un rayo de esperanza. Desde noviembre la UE está liderada por un nuevo equipo, con la presidente de la Comisión, Ursula von der Leyen, el presidente del Consejo, Charles Michel, y el encargado de las relaciones exteriores, Josep Borrell. Definir una policía migratoria común es una de las prioridades de la nueva cúpula. Es de esperar que hayan aprendido las lecciones del pacto con Turquía. Porque, además de éticamente reprobable, ha resultado ser inútil en cuanto a Erdogan se apetecía saltarse lo acordado.
@thiloschafer