Llevo más de la mitad de mi vida viviendo en otros países, pero he vuelto todos los años a casa en Düsseldorf para la Navidad. Aparte de querer estar con la parte alemana de mi familia y muchos amigos de la infancia, esta época festiva tiene algo muy especial en Alemania.

Debajo de la inevitable capa de comercialización y frenesí consumista hay un espíritu ancestral que se manifiesta, entre otras cosas, en los famosos mercadillos de Navidad, los Weihnachtsmärkte. Más que ir de compras en los puestos artesanos, la gente disfruta juntándose para tomar un vino caliente frente al frío invernal y para disfrutar de las luces. Es la forma de superar la época más oscura del año.

Mi sensación es que este espíritu navideño se vive cada vez con más intensidad. Pueden ser los años (míos), pero también encajaría con lo que está pasando en estos tiempos. Puede ser que la gente busque refugio y quiera abstraerse de un mundo que a muchos nos preocupa cada vez más –con o sin motivos–. Sin embargo, a pesar de sus problemas con el auge del populismo racista y la creciente brecha social, Alemania parece ahora una isla de paz en el centro de Europa, rodeada de países que pasan por situaciones bastante graves. Así se lo recordó a sus paisanos el presidente de la República Federal, Hans-Walter Steinmeier, en el tradicional discurso de Navidad. El que fuera ministro de Exteriores, mencionó los disturbios que recorren Francia, la amenaza de un caos total con el Brexit y las tendencias anti-europeas de los gobiernos de extrema derecha en Hungría e Italia. Podría haber añadido más ejemplos, como las tensiones separatistas en Cataluña o la obsesión de Donald Trump por levantar su muro con México.

En comparación, Alemania no va tan mal, aunque mucha gente se queje del gobierno de gran coalición bajo la canciller Ángela Merkel por su supuesta inacción y falta de radicalidad. Con mucha razón, Steinmeier advirtió de que no se debe tomar esta normalidad –que a algunos les parece hasta aburrida– por garantizada. Porque Alemania no es ajena a la tendencia global hacia una mayor polarización y división, más ruido y más odio, multiplicado por la dinámica de las redes sociales. El presidente invitó a la ciudadanía a buscar el debate y la discusión con personas que piensan distinto, en lugar de rehuir del conflicto. Me pareció una reflexión muy importante. Pero igual la Navidad no es el mejor momento del año para discutir sobre política, economía o inmigración en el seno de la familia. No en balde estas fiestas son muy propicias a provocar grandes dramas familiares.

Creo más bien que el espíritu navideño, tal como se percibe en los mercadillos y otros lugares, demuestra que hay un gran anhelo por la armonía, una especie de tregua entre tanta polarización. Es una pena que sea solo una vez al año y que dure tan poco. Pero recordarlo sería una buena base para enfrentarse a debates serios y sosegados con los que no piensan como nosotros.

@thiloschafer