Me dirán cansona, pero no me cansaré de decirlo. Me dirán extremista, pero no dejaré de sentirme alarmada. Me dirán que estoy loca, pero no por eso voy a dejar de creer que lo que digo no es una locura. Colombia no es un lugar seguro para las mujeres, especialmente, para aquellas que no gozan de una posición económica y social que las favorezca ante un juzgado, que las haga ser ‘importantes’ para así obtener la pronta acción de la Policía, y que las ayuden a llamar la atención de los medios de comunicación

Lo que le sucedió esta semana a Claudia Johanna Rodríguez, la mujer que fue baleada por su expareja mientras trabajaba en una tienda del reconocido Centro Comercial Santafé, en la ciudad de Bogotá, es una muestra más de la pobreza judicial que tenemos en este país. Es que es inaudito que hayan dejado libre a un asesino que tan solo cumplió con la mitad de su condena. Es que es increíble que hayan permitido que un hombre con claros indicios de poseer problemas mentales volviera a la vida civil así como así. Es que es una falta de respeto que las autoridades no le hayan dado una pronta respuesta a las súplicas de Claudia cuando, luego de darse cuenta de que se había convertido en una víctima de maltrato y abuso, acude a denunciar su situación.

La muerte de esta mujer hoy hace parte de las miles de tragedias que han podido ser evitadas, y alimenta las desgarradoras estadísticas que deja a Colombia muy mal parada como un país de feminicidios y una nación de machistas. Lo más triste de todo es que si hoy estamos hablando del tema, si se ha convertido en tendencia el hashtag #TodosSomosClaudia, y si hemos vuelto abrir, por enésima vez, la puerta de la discusión sobre la violencia contra la mujer, es porque esta historia tiene unos claros componentes dramáticos que la hace digna de una temática para una telenovela nacional. Un centro comercial del norte. Una rehén. Un exconvicto. Un arma. Un helicóptero. Dos muertes.

Me da dolor escribirlo, pero estoy casi segura de que si a Claudia la hubiesen matado en su casa, en compañía del hijo que ahora ha quedado huérfano, probablemente no le hubiesen dedicado más allá que unos cuantos renglones de un periódico y un par de frases alarmantes en Twitter. Pues ese tipo de noticias, que a diario suceden en esta Patria de indiferentes, se acumulan como la ropa sucia que se deja de lavar y se convierten en la carga de la que nadie se quiere encargar.

Todas somos Yuliana. Todas somos Rosa Elvira Cely. Todas somos Claudia. Todas somos ellas, todas somos las que faltan, todas somos las que no denuncian, todas somos las que nadie les cumple, todas somos las que nadie les responde. Sin embargo, el truco está en que si realmente todas fuéramos ellas y, efectivamente, todas fuéramos la voz que necesitan, más allá de aquella que las hace parte de una tendencia social cuando ya no hay nada que se pueda hacer, probablemente, todas ellas aún estarían vivas.

Porque de nada sirven las palabras cuando no se convierten en acciones.