Si te dijeran que pausaras por un momento lo que estás haciendo para darte el tiempo de identificar y nombrar aquella emoción que estás experimentando, ¿lo descubrirías?

Cada día se habla más sobre la importancia de poder reconocer y regular nuestro mundo emocional. Si bien las emociones han sido una parte esencial de los seres humanos, en el pasado poco se hablaba sobre la capacidad para gestionarlas. Pero con los altos índices de estrés y ansiedad que han ido en incremento en los últimos años, se ha puesto la lupa sobre la relevancia de entrenarnos en algo denominado Inteligencia Emocional.

El concepto, acuñado por Daniel Goleman en la década de los años 90, se refiere a la capacidad de percibir, expresar, comprender y gestionar las emociones. Preguntas como las del inicio de este artículo, nos permiten conectarnos con nuestras emociones y tener mayor consciencia sobre nosotros mismos, desarrollando así nuestra inteligencia emocional en la que se exploran cuatro componentes que se dividen entra la competencia personal y social.

La competencia personal alude a dos elementos que tienen que ver con nosotros mismos y nuestras emociones en la que aprendemos a conocernos mejor, escucharnos y estar atentos a las emociones, pensamientos y necesidades.

Dentro de esta competencia está el elemento de la consciencia propia, que trata de reconocer y comprender nuestras propias emociones; además permite identificar eventos internos como cuando nuestros pensamientos o las historias que nos contamos, desencadenan una respuesta emocional, o eventos externos, que están relacionados con sucesos de nuestro entorno y circunstancias que generan diferentes emociones durante el día.

El segundo elemento dentro de la competencia personal es la autorregulación que se refiere a la gestión y expresión saludable y adecuada de las emociones. Es importante tener claro que la inteligencia emocional no se trata de no sentir emociones negativas, ni de reprimir o negarlas, sino de aprender a responder de manera consciente ante ellas y poder transitarlas de una manera saludable.

Por su parte, la competencia social trata el campo relacional; aquí, la empatía es fundamental, pues corresponde a la capacidad que tenemos para sentir con el otro, o como dice la expresión popular “ponernos en sus zapatos” y dentro de ella, encontramos tres niveles: empatía cognitiva, emocional y compasiva.

Finalmente, el último elemento de la inteligencia emocional es la habilidad social, basada en la construcción de relaciones saludables con otras personas. Se hace énfasis en la comunicación y en la escucha profunda para traer más sinceridad y autenticidad a las relaciones desde el campo emocional.

Estas bases nos permiten explorar y nutrir nuestro ecosistema emocional, abriéndonos a ser curiosos sobre nosotros mismos, cómo nos sentimos y nos expresamos, además de abrir la posibilidad de desarrollar inteligencia emocional en nuestras relaciones, trabajos e interacciones cotidianas.

* Experta de Felicidad de Areandina