Cuenta una narración indígena que entre los seres más elocuentes del universo se encontraban los caimanes. Teniendo que asistir a un litigio en el que necesitaba de esa habilidad retórica el perro pidió prestada al caimán su afamada lengua para argumentar hábilmente y así vencer en la disputa. A pesar de su ayuda, una vez obtenido el triunfo el ingrato can no le devolvió al reptil el órgano prestado y desde entonces los caimanes son mudos. Esta conducta selló un antagonismo eterno entre ambas especies y por ello cuando se acercan a los cuerpos de agua los caimanes devoran a los perros reclamando la lengua perdida.
Mediante estas narraciones es posible explicar en algunas sociedades la extensa diversidad biológica y el origen de rasgos naturales distintivos como la cola del zorro, el color de algunas aves o el pico abultado de los pelicanos. Esos hechos se asocian con actos definitivos e inmodificables que ocurrieron en un tiempo distante situado más allá de la acción humana.
Las historias sobre el carácter recursivo de los perros son abundantes en distintos grupos humanos. Los wayuu consideran que cruzarse con un perro en el camino es señal de que se cumplirá con éxito la tarea que en ese momento hemos iniciado y que se decidirá favorablemente en el lugar hacia donde nos dirigimos. En las sociedades amazónicas lo perros son considerados como una especie de traductores hacia los humanos. Ellos pueden detectar e interpretar las señales de su entorno emitidas por otros animales e indicar la presencia de predadores como pumas, jaguares y serpientes.
En una estimulante obra llamada Como los bosques piensan, el antropólogo Eduardo Kohn nos habla de cómo las selvas tropicales pueden hacer evidente una rica densidad semiótica conformada por el pensamiento interrelacionado de diversos seres vivientes que en muchos casos no es inteligible para los humanos. Aves, insectos y monos pueden desencadenar movimientos colectivos en diversas especies y alertar de un peligro potencial. Las relaciones entre esos pensamientos vivos hacen del bosque lo que es: una ecología de relaciones, densa y floreciente. Las señales emanan de una naturaleza constitutivamente semiótica y de las lógicas asociativas particulares que esto conlleva.
El filósofo francés Maurice Merleau Ponty empleó el término interanimalidad para destacar que los animales existen en un circuito de expresión y resonancia con otros animales y con el medio físico. Él rechazó la idea de que los animales existen como entidades separadas, exteriores unos a otros y limitados a simples respuestas mecánicas a semejanza de un reloj de cuerda.
Transcurridos miles de años en compañía de los humanos, y su invencible ceguera hacia los animales y vegetales, los perros han aprendido a conocer nuestros gestos y emociones. En la medida en que nos alejamos de nuestra propia animalidad desconocemos la densidad semiótica del universo que los perros y otros seres vivientes tratan insistentemente de señalarnos y traducirnos. Quizás por ello mi perra Yuii, una labradora de color tabaco que me acompaña cuando escribo esta columna, me mira con algo de paciencia y mucha compasión.
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