¿Tienen vida las cosas? En uno de sus emblemáticos poemas Borges escribe: “¡Cuántas cosas, / limas, umbrales, atlas, copas, clavos, / nos sirven como tácitos esclavos, / ciegas y sigilosas! / Durarán más allá de nuestro olvido; /no sabrán nunca que nos hemos ido”. Para el poeta la duración de las cosas será mayor a la de la vida humana y no son conscientes de nuestra presencia en la tierra ni de nuestra partida. Todas las cosas del mundo, sin embargo, apuntan a un sujeto creador: el carpintero que talla una silla, el herrero que forja un objeto de acero o la joven alfarera que moldea una arcilla rojiza. Algunos autores ven a las cosas materiales como la materialización de una intencionalidad no material. Una intención que perdura en el tiempo más allá de la vida de su creador.

En un cautivador libro del arqueólogo británico Ian Hodder este se pregunta por la naturaleza de las cosas y hace una estimulante inmersión en las prolongadas relaciones entre los seres humanos y las cosas. Estas no tienen una existencia aislada porque dependen siempre de los humanos, aunque también necesitan de otras cosas sustancias y seres. Como lo afirmara Hanna Arendt las cosas sirven para darle estabilidad al mundo. A pesar de ello las cosas no son fijas ni inmutables. Los objetos de hierro pueden prontamente oxidarse y las de madera cambiar de forma o pudrirse. Contra lo que nos parece, las cosas no son inertes y pueden tener diferentes temporalidades.

Empleando una sugerente metáfora el antropólogo inglés Tim Ingold nos habla de la capacidad de agencia de las cometas. Estás se componen de madera, hilos, goma, cuerdas, papel o plástico, Cuando las terminamos son objetos aparentemente inanimados, pero cuando las ponemos a interactuar con el viento la cometa adquiere vida propia y tendrá que ser guiada contra su voluntad por su creador. Dentro del término cosas incluimos relojes, bastones, brújulas, martillos, instituciones e incluso pensamientos. De alguna manera las cosas son entidades definidas que fluyen en el mundo en diversas formas.

Algunos grupos humanos les atribuyen la capacidad de vivir y morir a ciertas joyas y esto tiene que ver con el grado de interacción que tienen con los humanos. Los wayuu consideran que algunas cuentas arqueológicas llamadas tu’uma se opacan gradualmente y pueden morir. Sus amuletos familiares llamados alania son considerados seres vivientes. También los artefactos de madera o cerámica tienen rasgos sintientes y atributos sociales que se derivan de los árboles o de la arcilla de donde fueron hechos.

Las cosas tienen una notoria ambigüedad ontológica. Participan de flujos y reflujos que les permiten circular en el mundo y tener una creatividad hacia adelante. En ocasiones, como ocurre con las armas de fuego o las olvidadas minas antipersonales de una guerra antigua, las cosas conservan una capacidad de hacer daño que puede ser dolorosa. Las cosas están dotadas de historias particulares y temporalidades como la sorpresa de Borges cuando abre un libro y encuentra una“ajada violeta, monumento de una tarde sin duda inolvidable y ya olvidada

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