El pasado 10 de octubre se cumplieron doscientos años de la evacuación de los últimos soldados realistas que ocupaban la histórica plaza de Cartagena. Este hecho se dio en 1821 y constituyó un hito en el proceso de independencia nacional y de la región que hoy llamamos el Caribe colombiano. Con liderazgo de la Academia colombiana de Historia y otras entidades se realizó un seminario internacional acerca de este suceso. No obstante, fue dolorosamente diciente el silencio de los principales medios de comunicación del país y aún más sorprendente y doloroso el mutismo de los principales medios regionales con la honrosa excepción de El Universal de Cartagena. La actitud de las entidades territoriales de la región fue la habitualmente esperada de una indiferencia pertinaz en lo que tiene que ver con los procesos conmemorativos asociados a sus propios territorios.

La permanencia de las regiones nunca está garantizada. Ellas surgen en el tiempo y su existencia puede ser duradera o tal vez su trayectoria se convierte en contingente y efímera. El suceso del 10 de octubre de 1821 prefigura nuestra región. Se inicia en Riohacha en marzo de 1820 con el desembarco de las tropas de Mariano Montilla y Luis Brion que se embarcaron días antes en la isla de Margarita. Continua con la marcha de estas fuerzas hacia Valledupar y en junio de ese año se produce la toma del puerto de Sabanilla. Mientras eso ocurre José María Córdoba adelanta su campaña fluvial por Mompox, Tenerife y otros puertos hasta reunirse con las tropas que se encuentran en el litoral. Vendrán luego la batalla de Ciénaga y la capitulación de Santa Marta en noviembre de 1820. La evacuación de la plaza de Cartagena cierra la campaña del Caribe y de allí su importancia. Todos estos sucesos estaban interrelacionados y tendrán su sello definitivo en julio de 1823 con la Batalla del Lago de Maracaibo que ocurre casi cuatro años después de la batalla de Boyacá.

Las conmemoraciones tienen que ver tanto con el pasado como con el presente y con el futuro. Ellas ponen en evidencia como se les otorga importancia a determinados eventos y se suprime la relevancia de otros. La adopción de una narrativa considerada “nacional” da lugar a una jerarquización del territorio y de las regiones que lo conforman. Ello no es ni inocente ni inocuo pues implica también una jerarquización de las expectativas de sus habitantes. Como bien lo ha dicho la historiadora Margarita Garrido: “La idea de la Independencia se ha instalado en la narrativa histórica como la liberación de una nación que existía desde tiempos inmemoriales y se separaba de un imperio… También se ha supuesto que la centralidad de Santafé era incuestionable”. En realidad, fueron años de incertidumbre y de otros futuros posibles.

Por todo ello, duele la ausencia de la región de estos procesos reflexivos. El Caribe colombiano, carente hoy de propósitos comunes, parece derivar hacia una especie de variopinto archipiélago de intereses locales. Ello puede provenir de una mezcla de negligencia, ignorancia y algo de sumisión voluntaria.

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