Afirma la crítica de arte Linda D’Ambrosio en un breve ensayo llamado Lo latinoamericano en Alejandro Obregón que la producción pictórica de este gigante de las artes siempre alude a la realidad circundante y por tanto “la naturaleza es una constante en su pintura, bien como tema en sí misma, como cuando la flora se expresa en sus Amazonias, bien como el contexto del que emergen los protagonistas de sus obras”. El propio autor confiesa que fue su experiencia en el Catatumbo uno de los factores que forjó su vocación artística. Ese territorio, en donde se construía un oleoducto y había indígenas yukpa que le disparaban a todo, era visto por Obregón como “una región salvaje, tremenda” contaba el artista que estos “mataban al que pasaba. Mataron a doce americanos. Y entonces le dije a mi padre: “No. Voy a pintar”.

Hoy cuando se cumple un siglo de su nacimiento pienso en cuan iluminador hubiese sido conversar detenidamente con el maestro Obregón acerca de su concepción de naturaleza. La colorida presencia de la fauna, la flora y de híbridos como son sus figuras antropozoomorfas en su obra registra un antiguo asombro humano ante lo exuberante del medio como el propio del Caribe colombiano tan estrechamente vinculado a su obra y a su trayectoria vital. Una naturaleza que el pensamiento moderno tiende a separar de la cultura y a situarla en un dominio aparte, un último refugio que representa un lugar imaginario como un símbolo de lo intocado. Por ello la naturaleza puede verse también como una invención o un artefacto. Uno podría preguntarse si Obregón hubiera suscrito literalmente esa concepción de naturaleza.

En el último informe preparado por el prestigioso restaurador mexicano Rodolfo Vallín acerca de la obra Se va el caimán (1982) se resalta como esta se caracteriza por “la recreación de la naturaleza y la cultura colombiana como parte central de su obra, fusionando elementos abstractos y figurativos como una forma de revelarse contra los purismos modernistas”. Vallín señala la condición hibrida del caimán basada en la oralidad popular y como la temperatura del color empleada por el maestro está vinculada con las sustancias presentes en la narración como la pócima roja que convierte al hombre en animal. En esa misma dirección el restaurador nos conduce en su informe a la presencia de dos mujeres desnudas una de las cuales lleva en su rostro una máscara de pez, así como de elementos de la flora y la fauna de la región.

En una respuesta dada por Obregón acerca de la presencia de animales en sus obras, que luego son reemplazados por huesos de estos, el maestro responde: “en el fondo yo no pinto animales. No los considero animales […] Son otra cosa”. Uno se siente tentado a preguntarse si su obra dialoga con un conjunto oral del Caribe en el que aun subyacen fragmentos de antiguas ontologías en la que no existía una barrera ontológica radical entre humanos y no humanos. La capacidad de suscitar estos y otros interrogantes al cumplirse un siglo de su nacimiento nos muestra el vigor y la vigencia conceptual de su inmenso legado pictórico.

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