Pocas cosas pueden emocionar más a un lector que tener en las manos un precioso manuscrito. El entusiasmo aumenta cuando se nos ha encomendado la noble tarea de redactar la presentación de ese texto que será llevado a la imprenta en las semanas siguientes. Eso me ha sucedido con el estudio del destacado historiador holandés Sytzee Van der Veen, Gran Colombia -Gran Holanda 1815-1830, un libro ameno y revelador acerca de la prolongada y compleja relación del flamante reino de Holanda y los comienzos de la joven y prometedora República de Colombia. La que podría llegar a ser una de las grandes potencias del nuevo orden que surgiría como resultado de la independencia de las colonias europeas en América.

No deseo ocuparme hoy del tema central del libro, sino de cómo en el convulsionado e impredecible escenario de las guerras de independencia hispanoamericanas se concibieron aventuras que, según Van der Veen, partían de una singular mezcla de idealismo político y oportunismo económico. Ello dio lugar a proyectos libertadores delirantes como la República Boricua. Otras fueron atractivas empresas económicas que esquilaron el dinero de centenares de europeos cándidos a través de la promoción de utopías tropicales como el llamado Principado de Poyais.

La primera de estas aventuras estuvo promovida, de acuerdo con el historiador holandés, por personajes de temperamento exaltado que parecen sacados de la literatura como el alemán afrancesado Henri Louis Ducoudray-Holstein. Al mando de setenta aventureros de diferentes países Ducoudray armó una flota de dos barcos y se hizo llamar Presidente y Comandante en jefe de la República Boricua. El franco-alemán tenía entre sus socios a un periodista norteamericano al que otorgó anticipadamente el cargo de canciller de la nueva república. El visionario presidente solo olvidó consultarles a sus futuros gobernados si querían ser libertados por él y hacer parte de la nueva república. Este proyecto insensato fue abortado gracias a la oportuna intervención de las autoridades de Curazao, quienes detuvieron a sus instigadores y les salvaron de un seguro desastre militar al desembarcar en su deseado destino.

El llamado Principado de Poyais fue concebido por el escocés Gregor MacGregor, un antiguo oficial del ejército británico. Aunque fue promovido como un proyecto utópico multirracial, en el que convivirían de forma armoniosa familias europeas y dóciles trabajadores indígenas, Poyais fue, en realidad, una gigantesca estafa a centenares de súbditos ingenuos de las monarquías del viejo continente. Según lo describe Van der Veen, en Londres el monarca en ciernes supo sonsacar a los crédulos prestamistas nada menos que 200.000 libras esterlinas para su exótico proceso de colonización. El principado se les vendía a los colonos del viejo continente como una tierra de Jauja en América Central, pero era en realidad un infierno tropical en la selvática costa de Mosquitos.

Después de su estruendoso fracaso, el autor nos cuenta que Mac Gregor murió en circunstancias penosas en Caracas en 1845. Sin embargo, su nombre aparece hoy honrosamente inscrito en el monumento que en la capital venezolana se erigió en 1950 para recordar a los nobles, sacrificados y altruistas héroes de la independencia.

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