Designar a un negacionista como director de un centro de memoria es como asignarle a un zorro la responsabilidad de custodiar un gallinero. Por ello no debe extrañar a nadie las expresiones de burla de Darío Acevedo cuando se refirió a los ejes temáticos propuestos para un guion museográfico sobre el conflicto en Colombia. Como el agua, y especialmente los ríos, son vistos por las victimas como lugares de memoria, Acevedo afirmó: “Poner a hablar un río, perdónenme muchachos, eso está muy bien para una obra literaria, una poesía… Recuerden cómo se burlaban de Maduro porque hablaba con un pajarito”. Esta manifestación socarrona del funcionario a cargo del Centro de Memoria Histórica nos lleva a la pregunta: ¿Pueden hablar los ríos?

No se requiere de un traductor cuando los campesinos ven bajar cadáveres con gallinazos encima por las corrientes fluviales. Los ríos nos hablan cuando el petróleo de los oleoductos dinamitados se esparce sobre sus aguas y mueren millares de peces. También lo hacen cuando el mercurio empleado en la minería ilegal literalmente da muerte a los cuerpos de agua. Dolorosamente, en muchas de las cuencas del país ese ha sido un espectáculo recurrente que se ha extendido por más de medio siglo. Los cursos de los ríos de Colombia y sus afluentes son frecuentemente utilizados como corredores naturales estratégicos por los grupos armados ilegales para facilitar su movilización y en sus aguas se refleja una rutina de violencia, destrucción y muerte.

Al parecer Acevedo se ha perdido durante todos estos años de una extensa y prolongada conversación académica entre autores de distintos países sobre el lenguaje de los sitios. En una conocida obra la canadiense Julia Cruikshank se hace la pregunta: ¿Escuchan los glaciares? Por su parte, el antropólogo Eduardo Kohn es autor de un enriquecedor libro sobre los distintos seres que habitan la selva amazónica llamado Como los bosques piensan. Al referirse a los sonidos de la selva, entre ellos los generados por animales y árboles, Khon afirma que el mundo que se encuentra más allá de los asentamientos humanos no carece de sentido. Los bosques son espacios animados con sensaciones auditivas, olfativas y visuales inteligibles para los distintos seres que lo habitan. Los humanos no somos los únicos seres que piensan en el mundo pues este, pleno de animación, posee una rica densidad semiótica.

Las relaciones entre los seres se articulan a través de sitios particulares, asociados con diferentes mensajes y rangos de comunicación. Muchos seres nos hablan y esta comunicación tiene lugar cuando un ser puede recibir y tomar en consideración el punto de vista del otro. Los ríos, como los distintos lugares que conforman un territorio, están dotados de una rica estructura narrativa. Los aborígenes australianos creen que ciertos lugares albergan un potencial de vida unido a seres específicos entre ellos los humanos. Los lugares poseen una intencionalidad dado que la vida misma es una extensión de la conciencia del lugar. Como bien lo reflejan los cantos populares los ríos nos pueden hablar pues están compuestos de tiempo, agua y memoria.

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