Aumentan las reflexiones con uno mismo y hacia el futuro de nuestra nación, cuando veo que las elecciones presidenciales en Colombia del 2022 están prácticamente a 10 meses y el ambiente político se vuelve intenso. En esta ocasión, contagiadas del virus de la incertidumbre debido a la crisis social que estamos viviendo que nos obliga aún más a la responsabilidad de convertirnos cada uno de nosotros en garantes de la democracia, asumiendo frente a las urnas el compromiso con nuestra sociedad y votar por la mejor opción y en absoluta libertad.

Lo anterior no es solamente un mensaje para los ciudadanos, sino por el contrario, para cada uno de los candidatos sin diferenciar tendencias o esquinas políticas. Existe hoy una asfixia y desgaste del mensaje y en las promesas en campaña de los aspirantes a jefes de estado. ¿Y qué decir de los que se lanzan al Congreso, Senadores y Representantes? Todo basado en una dialéctica política sobrecargada de retórica. Tristemente esto no solo sucede en países como el nuestro, sino a nivel global.

Me viene a la memoria un artículo que escribí para, “Al Viento y al Azar” y que titulo: Queremos presidentes que no mientan, refiriéndome a los procesos electorales en los Estados Unidos y que representa una tendencia mundial. Recogiendo algunos de los apartes: “Si permitimos que nuestro presidente nos mienta, nuestro sistema político no tiene sentido, ni la opinión pública, ni los medios de comunicación. Sí permitimos la mentira, nos conducirán como borregos que existen en tantas tiranías en el mundo”.

Hoy más que nunca, un candidato necesita de coherencia para recuperar la confianza en su electorado, y que actualmente en medio de la tormenta está lesionada al detectar el ciudadano votante que históricamente y en reiteradas ocasiones, lo que se ha prometido no se ha cumplido y que solo ha sido como un anzuelo para pescar en rio revuelto los votos que les permita llegar a la presidencia o al congreso. Un engaño premeditado en la mayoría de los casos que hiere y produce dolor de patria. Por eso, se afirma hoy que el ciudadano golpeado, frustrado y con señas de furia no cree en nada ni en nadie.

La cultura política de un país dice mucho y en eso estamos nosotros en pañales todavía. Por dentro se teje el engaño, la mentira y la deshonestidad de un porcentaje grande de la clase dirigente que a veces no ha dado la talla y poco les importa ser los responsables del timón para el éxito o fracaso de nuestra sociedad. Así pues, la decadencia de muchos espíritus invade a los líderes de nuestra actividad política.

Se habla mucho de la juventud como alternativa, estoy de acuerdo siempre y cuando el estado le entregue las herramientas de formación y educación de alta calidad, se le dé la oportunidad de crecer en la academia para que se conviertan todos en garantía de poder de desarrollo con honestidad e innovación y que no sean frágiles, y por ende fácilmente utilizados por aquellos que representan promesas que se esfuman.

Debemos acabar con este espectáculo de decadencia y burla, en el que se pierde con complicidad la memoria del compromiso adquirido y la lealtad con su ciudadanía y con el futuro de Colombia.