Terrible y doloroso lo que estamos viviendo en el planeta y que como consecuencia nos está llevando a un retroceso global difícil de superar, lo puedo calificar como un apagón de solidaridad, es una carrera por la vida enfilados en una marcha hacia atrás, que nos está conduciendo hacia el abismo. Me refiero al horror y el poco ejercicio universal de compartir: El Departamento Nacional de Planeación– DNP, da a conocer en éste 2021 que 2.7 millones de colombianos sufren de hambre y 10 millones de toneladas de alimentos se desperdician anualmente.

Nuestra tradicional alacena, orgullo de bienestar y patrocinador de la gula en muchos de nuestro hogares, hoy con frecuencia debe ser desocupada y parte de sus alimentos que dejamos expirar sin sonrojarnos conducidos directamente a la caneca, sin pudor ni dolor. Pero la irresponsabilidad no es solo nuestra, sino de toda la cadena alimenticia. El DNP agrega en su informe: En Colombia se pierde y desperdicia el 34 % de los alimentos disponibles para el consumo, el 40,5 % ocurre en la producción agropecuaria, el 20,6 % en la distribución y retail, el 19 % en la pos cosecha y almacenamiento, el 15,6 % en el consumo y el 3,5 % en el procesamiento industrial.

El desprecio en este derroche con visos de complicidad y crimen, se ha vuelto costumbre y es un universal. La Organización de las Naciones Unidas afirmó que en el 2020 en el mundo cerca de 1.300 toneladas de alimentos se desperdiciaron, entre frutas, verduras, carnes, lácteos, mariscos y granos que permanecen en las granjas, se pierden durante la distribución, o se desechan en hogares y cocinas, supermercados, hoteles, restaurantes, entre otros. Se concluye en el mismo estudio, que todos estos alimentos podrían entregar suficientes calorías a las personas desnutridas del planeta.

En esto de la comida y el alimento, valores y derechos por equilibrio e igualdad de una sociedad, también están en la caneca. Decían los abuelos desde años atrás: “Las cosas no son de las que las tienen sino de las que las necesita” una verdad que en nuestras vidas poco se realiza y se pone en práctica. Hoy vemos en titulares de prensa del mundo como habitantes castigados por la indiferencia mueren de hambre y que significa una salida misericordiosa al refugio elemental en lo más sagrado para cualquier ser humano, el alimento.

Ojalá exista la esperanza ante este derroche, pero sorprende que en supermercados de Estados Unidos hoy se vean que vitrinas normalmente inundadas de víveres, estén desocupadas y desoladas, cualquiera que sea la causa es un anticipo a los pronósticos y cálculos de expertos frente al desabastecimiento global que se aproxima y que tendrá muy pronto que afrontar la sociedad privilegiada o agobiada por la pobreza, en igualdad de condiciones.

Pronto todos y aquellos que desperdiciamos sin control, no tendremos la alacena pues no habrá qué y cómo almacenar. Un castigo por los errores de la humanidad que ojalá nos lleve a recapacitar frente al desprecio sin piedad, sin caridad y sin perdón, ante el dolor y el calvario de niños y familias del mundo entero.