En días pasados poco antes de sumergirnos en el mar de incertidumbre que trajo consigo COVID-19, tomé un café con un buen amigo, escritor argentino él, artista hasta el tuétano de voz grave y pausada, un hombre de esos que parece atemporal pues lleva siempre la mirada profunda y bien puesta, tanto como su abrigo negro, el mismo con el que lo conocí hace años y con el que ha recorrido las calles de múltiples ciudades del mundo buscando un amor, una musa, una flor, una ilusión o un tanto de sosiego.
Esa tarde le oí decirme en tono sensato, algo poco común en sus maneras por lo general llenas de emoción, lo siguiente: “Yamid, sabés algo? Siento que el mundo está lleno de opinión, hay un afán bárbaro por opinar todo el tiempo, por figurar, por decir lo que sea a la hora que sea. Qué es lo que pasa? Qué sentís vos?
Guardé silencio. Fue evidente en mi postura, su tesis había calado en mí de manera profunda como una daga, pero extrañamente su filo producía placer infinito en mi sentir. Yo venía de largos días y largas noches, recién sobrevivía a un ataque al corazón y pensé que mi afinidad con su planteamiento era consecuencia de lo vivido, de un estado de sensibilidad y vulnerabilidad extremo, similar al de hoy.
Lo cierto, es que creo con firmeza en su tesis y un tanto más si me permiten. El afán y el exceso de opinión distancia al hombre no solo de la reflexión sino por momentos también de su verdad y su esencia.
Como si fuera poco, pretende sepultar uno de los fenómenos mas bellos: El error, el error y su magia.
Algo más valioso que el error en el proceso de vivir?
El error es por excelencia la posibilidad de acercarse a la evolución, al conocimiento, es parte fundamental del transito. El error es virtud en demasía pues advierte detrás de él la fuerza de la imaginación, del propósito y de la iniciativa, asuntos todos de suma valentía.
La reconocida periodista norteamericana Kathryn Shulz, ganadora del Premio Pulitzer, pluma dorada del New York Times y de la prestigiosa publicación The New Yorker entre otras, describe de manera magistral en su libro “En defensa del error” el error como “un don adquirido, algo que puede transformar nuestra visión del mundo”.
No fue menos generoso el poeta, periodista y novelista francés Anatole France al decir: “ Prefiero los errores del entusiasmo a la indiferencia de la sabiduría”
El error es sagrado, nos ofrece el privilegio de encontrar integridad cuando lo apropiamos y lo compartimos. Sin errores seríamos poco y nada. La magia del error es semilla fértil, es alimento digno, es vida.
El error trae consigo un llave hermosa capaz de abrir puertas y portales desconocidos, es luz y es algoritmo.
El desenfreno que produce la vanidad por el acierto será siempre mitigado por la capacidad inmarcesible de levantarse después de tropezar, sonreír con la piel teñida de rojo en demostración de humanidad y continuar con la estructura del alma fortalecida, con el sueño intacto, más firme y más cerca.
Hoy recuerdo ese café con entusiasmo, pues sin duda ha sido motor de esta columna, en la cual, me atreveré a equivocarme queriendo proponer a ustedes otros horizontes en la mesa de conversación cotidiana.
Abracemos el error, el propio, el ajeno, el de los hijos y el de vecino, es la aproximación más noble a la verdad.
En diálogo reciente con Juanes en Palabras Pendientes, disponible aquí, en todas las plataformas digitales de El Heraldo, la historia de un pequeño error que también él cometió en procura de aplaudir el virtuosismo de un maestro y colega y amigo. En el testimonio, sonrisa y alegría.