Algunas cosas en la vida se entienden varias horas después de haber sucedido. Cuando digo varias horas, hago referencia quizá a varios años. Y cuando digo “se entienden” acuso de manera implícita que por lo general, entendemos un porcentaje muy pequeño de lo que nos sucede.
Un ejemplo propicio podría ser lo que por estos días acontece en el mundo y roba la atención de todos, pero en esta ocasión pasaré de largo y pondré otro quizá más poderoso: La muerte para los vivos. Y lo planteo así, respetando el sincretismo religioso de algunos pueblos que la abordan desde múltiples planos, yo, hasta el momento y, aunque quisiera, no he podido hablar de ella con los muertos, no del todo. Sólo con los vivos.
La muerte nos toca, nos duele, nos silencia, nos sorprende, nos aturde, nos asusta, nos entristece y nos socaba, pero por más cercana que se sienta, es sólo de aquel que se fue entrelazado en sus brazos y sentado en sus piernas. Uno fenómeno único y como tal, indescriptible.
“Pocas cosas en la vida se parecen a la muerte, te lo digo yo que he muerto por ti una y una y mil veces y tanto lo agradezco”
Los mensajes de voz de la negra Altamirano, como le decíamos sus amigos, eran tremendos. Implacables. Llevaban frases que arroyaban, todas cargadas de un sentimiento asiduo, eran un torrente de pasión y de franqueza, como ella. Este último, hizo parte de un testamento amoroso que la negra envió por ráfagas desde mi teléfono a uno de sus amores inconclusos y, yo tenía en el momento, no se si el privilegio o la condena de oír de viva voz.
“Sólo me incitas a la gratitud. Viva tu puerta cerrada en mi cara. Yo tratando de cegarme y tu enseñándome la luz. Cada vez que me dijiste NO, debí cambiar delirio por reposo”
Fui como un cartero de sobre abierto y con permiso, pero reconozco que oí, más de la cuenta y de lo que estaba autorizado.
Traigo ese manifiesto a la escena porque considero se parece a un pedazo de lo que tanto nos hace falta; Aplaudir el NO. Recibir el NO, decir NO y dignificar el NO. Entender que el NO es un salvavidas tan valioso como la más profunda de las convicciones. El NO, es probablemente la aseveración más necesaria en nuestro lenguaje y, así mismo, la más compleja de pronunciar.
Decir NO es alejarse de la complacencia y de la abnegación.
Es tener clara la escala de valores a la cual se pertenece. Decir NO es parecernos y acercarnos a nosotros mismos, es comunión y es libertad. Cuando decimos NO, crece nuestra seguridad, se extiende la envergadura de nuestras alas, un viento liviano y fresco nos acaricia y todo es amanecer.
Las paredes del NO jamás fueron obstáculos ni laberintos, tan solo han sido, son y serán la ruta al jardín que está esperando por nosotros, el delicioso encuentro con nuestras almas.
Cuánto habría evitado un NO a buen tiempo, o un buen NO a tiempo?
La psicóloga, doctora en filosofía, y figura mediática por sus constantes apariciones en medios como The Washington Post, The Wall Street Jornal, y MSNBC, Judith Sills ha hecho un estudio exhaustivo sobre poder del No. En varias de sus intervenciones y textos plantea, entre muchas cosas, algo fascinante: “cada vez que usted dice no, esta protegiendo su ser y le esta ayudando a otros a protegerse y a practicar decirlo.” Esa es la fuerza del no.
Creo que la muerte como el NO han sido estigma. Los dos satanizados de principio a fin por no vestir de rosa, por decir las cosas como son y por recordar que su presencia es parte fundamental de la existencia. Y Que raro, si el NO da tanta vida y morir es comenzar a nacer.
Como tanta similitud encuentro en ellos y al parecer la muerte es inmortal, entonces que también lo sea el NO, que nunca muera.
En dialogo con Edgar Rentería en Palabras Pendientes, disponible aquí, en todas las plataformas digitales de EL HERALDO, el más grande de todos y uno de los mejores seres humanos que he conocido, comparte una historia memorable: El NO más importante de su vida. Gracias a Edgar por pronunciarlo en su momento, por compartirlo hoy y por esa inconmensurable enseñanza.