Compartir:

Mucho escozor político y mediático ha despertado en la ciudad la aparición de un aviso publicitario en el que aparece el representante a la Cámara Laureano Acuña con el secretario de Infraestructura, Rafael Lafont, al lado de una obra en el barrio Santa María, al suroccidente de la ciudad.

El suceso no solo es lamentable y preocupante porque estemos en un año electoral. Es deplorable porque en ningún tiempo deberían presentarse este tipo de situaciones que atestiguan de manera contundente que en esta ciudad parece poder suceder cualquier cosa sin que pase nada, si lo que pase no se derive simplemente de rencillas políticas y oportunismo .

Es de las virtudes clásicas del Estado en una democracia seria que las obras públicas se hagan porque justamente una de sus obligaciones es hacer obras y que estas sirvan por igual a los ciudadanos sin distingo alguno, y los políticos no tienen por qué derivar de allí réditos electorales.

El Estado se hizo, y así reza en nuestra Constitución, para servir a la comunidad, y por eso las obras que este realice no pueden interpretarse como una manifestación misericordiosa del gobernante, ni alrededor de las mismas debería darse tanta parafernalia ruidosa.

El problema es que en sociedades como la nuestra, con tantos déficits acumulados en materia de realizaciones materiales, muchas veces lo que es obligación en la agenda del Estado se le atribuye a la magnanimidad del mandatario de turno y los corifeos que lo rodean se encargan de amplificarlo. Es la típica ‘sapería’ del poder.

Y mucha gente no educada políticamente en el criterio claro de que el Estado existe para servirle, termina creyendo que el mandatario que hace obras y las cacarea resulta merecedor de toda suerte de alabanzas y endiosamientos, de ditirambos rimbombantes.

Por supuesto, a los buenos gobernantes hay que agradecerles su capacidad de trabajo, su entrega a la gente, su sensibilidad, y en el caso de Barranquilla, ni más faltaba: es justo reconocerle al alcalde Alejandro Char la abnegación que le ha puesto al llamado programa ‘Barrios a la Obra’. Que no es otra cosa que llevarles soluciones de pavimentos a barrios del suroccidente y suroriente, muchas de cuyas calles lucían destapadas porque el Gobierno local nunca asumió la tarea obligatoria de pavimentarlas.

Es plausible, entonces, el esfuerzo, y ojalá no sea abandonado por los alcaldes próximos en concurrencia con los alcaldes locales y los ediles. Una ciudad bien pavimentada es un requerimiento obvio de una urbe moderna y esta es una tarea que el Distrito tiene que hacer sin estridencias, y menos con vallas publicitarias a favor de determinados políticos.

¿Qué es ese espectáculo de aldea feudal? Exijámosle seriedad a nuestros políticos. Que dejen de traficar con las necesidades públicas. Que no pretendan sacarle dividendos a la pobreza, al atraso, a las angustias populares. Por el bienestar de la gente hay que trabajar sin esperar nada a cambio. Nos parece bien, por eso, que se hayan activado las voces críticas al respecto, que las veedurías hayan levantado su voz, y que la Personería esté indagando en el asunto.

El mensaje de Char, que así demuestra encarnar un estilo opuesto a las prácticas politiqueras y clientelistas, tiene que ser contundente. Y ha hecho rápidamente la aclaración de que su funcionario lo único que hizo fue visitar la obra en el barrio de donde es oriundo el parlamentario. De modo que ahora las autoridades disciplinarias tendrán que verificar lo que ya los medios saben: que fue Acuña quien pagó por la publicación de la foto. “Publicar avisos de las obras civiles en los barrios del Sur hechas con fondos públicos en su mayoría, con el fin de favorecer la imagen de congresistas y activistas políticos y sociales, constituye un mal precedente de lo que serán las elecciones en octubre en cuanto a manipulación del electorado”, ha dicho en un comunicado Protransparencia.

Hay que abrir bien los ojos en este año electoral y no permitir que prosperen estos groseros y ofensivos comportamientos contra la democracia local, que, por supuesto, introducen la desigualdad en la competencia política. Lo cual es éticamente inadmisible.

Más que interesante y relevante, es una obligación del político de marras y de su grupo político ofrecer claras explicaciones que la ciudad demanda. Y al margen de esto, las alarmas deben sonar con mucho más vigor para las elecciones que se avecinan.