Busco al alcalde en medio de un puñado de hombres que se apiñan debajo de un árbol de mango, alrededor de un ruidoso juego de siglo, en el barrio Chuchurubí, en una zona marginal del municipio de Cereté, departamento de Córdoba.
Nadie parece haber percibido mi presencia en medio del agobiante calor del mediodía hasta cuando saludo de mano a un hombre vestido de franela color mamón, jean de marca, bien afeitado y perfumado, que discute a voz en cuello con un joven descamisado.
'Hola, señor alcalde', le digo, provocando un estallido de risas en lo que, hasta ese momento, era una inentendible discusión sobre cuál de los pandilleros resocializados, guerrilleros y paramilitares reinsertados que forman parte del juego, tiene la ficha más cercana al número cien… la ganadora.
Las risas me hacen entender que no estaba saludando al que, por apariencia, parecía ser el 'Negro Padilla', el alcalde de Cereté. 'No mi llave, yo soy el Turco, el conductor. El alcalde es ese de pantalón corto naranja que está sentado allí'. Me señala a un hombre que en ese momento se levanta mientras acusa a gritos a otro de los asistentes por ‘tramuyo’.
Llego frente a un hombre de unos 45 años, regordete, descalzo, con un pantalón corto, de hablar fuerte y marcado acento sinuano, que discute con sus vecinos con el mismo vigor amistoso con que se enfrentan los pelaos de cualquier equipo de futbol callejero.
Francisco Ramiro Padilla Petro, o más bien el Negro Padilla, como prefiere que le digan, me saluda con un abrazo y camina hacía un lado de la reunión, dejando atrás las ensordecedoras discusiones del juego de siglo. 'Antes, estas discusiones terminaban en batallas campales. Es más, aquí hay cuatro pandillas jugando que hace cinco años ni se podían mirar', dice en tono alto, un modo de hablar que le ha granjeado enemistades entre los políticos tradicionales y que lo ha llevado a ser ‘llamado al orden’ en eventos públicos de Presidencia.
Cada paso que da el alcalde, tratando de buscar privacidad para su charla, es bloqueado por personas que lo saludan mientras llegan presurosas de los barrios cercanos atraídas por el rumor de que el alcalde ha llegado para su acostumbrado juego de siglo de los miércoles con sus antiguos amigos de las pandillas.
Viene gente de Las Acacias, Las Palmas, El Totumo, Santa Teresa, Playa Rica y Nuevo Oriente, barrios paridos por la angustia de desplazados por la violencia que echaron raíces cerca al caño de Chuchurubí.
'Aquí hay de todo. Gente que antes vendían drogas, sicarios, atracadores, ladrones y gente del común, que ahora son los que están trabajando para el municipio. Obligué a las empresas que se ganaron los grandes contratos con el municipio a trabajar con esta gente…y si no me les dan trabajo, les quito los contratos y mire…todos tienen ahora vainas en que ocuparse y se acabó la violencia entre los jóvenes de estos barrios pobres', explica con el típico acento de la gente de Córdoba.
Bajo la sombra del árbol de mango cuyas raíces protuberantes brotan del suelo como sillas, con los servicios incondicionales de cuatro madres de pandilleros como secretarias, más los constantes regaños de las hacendosa vieja Amelia en los servicios domésticos, Padilla trazó los planes para terminar con la violencia en las calles de un municipio que es el segundo en importancia del departamento de Córdoba y que vinculaba a aproximadamente 1.500 jóvenes con las bandas criminales que desangraron la región en los últimos doce años.
'¿Cómo se acabaron las batallas entre las pandillas?, pues dándoles trabajo, educación y atención. Tenemos 1.512 pandilleros empleados con las constructoras que están haciendo las obras en Cereté. Se ganan 430.000 pesos mensuales, pero la fundación Agua de Vida, de la iglesia Cristiana de Filadelfia a la que pertenecemos, les maneja el sueldo y los obliga a invertir el 70 por ciento en alimentos y sus hogares, les suministran las compras y los asesoran en el manejo del hogar. Además, ellos ya salieron favorecidos en el proyecto del Gobierno de casas gratis y viven bien y en paz. Ellos mismos cuidan el barrio', revela con orgullo.
En difícil entender que, un sector de las sabanas de Córdoba, la despensa agrícola de la Costa Atlántica, en donde fenómenos amamantados por la corrupción como la guerrilla y el paramilitarismo campearon durante décadas, se reúnan y aclaren sus espíritus alrededor de un juego de siglo con el propósito de trabajar juntos por la paz. Pero para el 'Negro hay una respuesta'.
'La primera piedra la puso Jesús', dice el alcalde. 'Primero lo primero. Jesús es el alcalde. El gobernador, los ministros y el mismo presidente y yo somos sólo unos mandaderos de ellos. Por eso se sienten importantes', dijo. Recibe una salva de aplausos.
Expandilleros y desmovilizados son involucrados en trabajos.
Después de lograr la atención de los actores violentos, la Alcaldía construyó cinco comedores populares en donde todos los habitantes de Cereté pueden almorzar con sólo mil pesos. Construyó una biblioteca pública en ese sector deprimido, diez parques, canchas deportivas y logró que el Gobierno ampliara a mil el número de casas gratis para los pobres. 'Toda la medicina que no aporta el Sisben, la Alcaldía se las da gratis a la gente. Na’ más me traen la orden médica y se la damos', explica el alcalde.
Un 'Chirrete' es el alcalde. El Negro Padilla habla hasta por los codos. Dice, sin tapujos, que se fumó el primer tabaco de marihuana a los 12 años y agrega que lo hizo por ser el líder de la pandilla Los Jolones, y relata que vivía en el empobrecido barrio 24 de Mayo, levantado por desplazados a lo largo de la rivera del caño de Chuchurubí.
Recuerda que su familia era tan pobre que él estrenó su primer pantalón y zapatos a los diez años y que todos trabajaban el campo sólo para subsistir. 'No estudiaba y de hecho sólo alcancé a estudiar hasta tercero de bachillerato, porque lo mío es el trabajo y nada más. Eso no me dio tiempo a prepararme', precisa.
'Por esos días de pandillero me metieron la primera puñalada (se levanta la camiseta y muestra una enorme cicatriz debajo de la tetilla izquierda) porque entramos en guerra con la pandilla Los Vilches, que vivían de una cuadra para allá', reseña.
Estando en el hospital de Montería, con un muy mal pronóstico médico, Francisco Padilla Petro dice que recibió la visita de Jesús. 'Me dijo que me iba a salvar, pero tenía que trabajar por el pueblo con la palabra sagrada siempre por delante y desde que me curé deje las drogas, dejé las pandillas y me dediqué a Jesús y me propuse trabajar en con las comunidades sin descansar un solo día', declara.
Padilla dice que entonces despertó en él un espíritu de trabajo incansable que lo llevó a hacer empresas de la mano con la comunidad. 'Desde entonces fui su líder. Los representé y los sigo representando. Todo, todo lo que hemos conseguido, primero como concejal de Cereté tres veces y ahora como alcalde, es de ellos. Las tierras en las que se están construyendo tres proyectos de casas gratuitas para comunidades vulnerables, están ya a nombre de ellos. Por eso ellos trabajan con confianza, porque saben que yo soy parte de ellos. Soy un ‘chirrete’, uno de ellos', advierte.
La violencia, el problema más grave de cualquier administración en Colombia, estaba en la primera carpeta de El Negro Padilla, quien decidió lanzarse a la alcaldía de su pueblo para las elecciones del 2012.
'Arrasamos. Vea, se unieron todos los senadores, diputados, ganaderos y los ricos de Córdoba contra mí. Ellos apoyaron a Janet Espitia Garcés y la doblamos en votos. Recuerdo que en las emisoras ellos admitieron que ganó El Negro Pandilla, y yo les respondí: No, ganó el candidato Chirrete, y quiero ser reconocido como el alcalde Chirrete, que es un término despectivo para señalar a una persona de la calle', reconoce.
Amado y odiado, seguido y despreciado, criticado por su manejo del poder, cuenta sin embargo con el fervor popular.
Un trago amargo. Para el año 2008 ya toda la familia del Negro Padilla estaba inmersa en el trabajo político, pero por senderos distintos. 'Mi papá Galo, mi mamá Yolanda, mis hermanos y primos se hicieron candidatos al Concejo. Yo conseguí empleo en el Congreso y regresé a Cereté y me tocó derrotarlos, porque pertenecen a un liberalismo tradicional y yo no tengo partido de color alguno. Yo soy autónomo y no tengo raíces en el tradicionalismo', reseña.
En marzo de ese año fue asesinado David Francisco Padilla, de 19 años, para entonces el concejal más joven del país, hijo mayor del Negro Padilla. 'Capturaron a los asesinos. Yo fui a la cárcel y perdoné al sicario, le regalé mi Biblia y me confesó que se equivocaron porque me iban a matar a mí para manejar ellos, como reinsertados, unos contratos. Ha sido el trago más amargo en mi vida política', reconoce.
En Cereté y los corregimientos cercanos la gente llega al árbol a discutir temas increíblemente domésticos con el alcalde. Recientemente se encendió la polémica cuando el alcalde cumplió su palabra de no autorizar las corralejas en ese municipio, de amplia tradición en ese arraigo.
'Los políticos, senadores, diputados y dirigentes se unieron y me las estaban exigiendo por ley. A mí no me gustan las corralejas porque me parece una masacre y mi condición de cristiano lo impide. Entonces les propuse: está bien, yo pongo el guarapo para mi pueblo y levanto las corralejas, pero ustedes regalan las entradas y dan los toros para que la gente se los coma… Vea, no quedó ninguno de los ganaderos que estaban jodiendo con esa vaina de las corralejas', asevera, riendo de buena gana.