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Si hay un lugar en el departamento de Córdoba donde se respire aire puro y vida en todo su esplendor es en la bahía de Cispatá. Ese accidente geográfico está ubicado en el municipio de San Antero, en estribaciones del Golfo de Morrosquillo. En ese estuario de flora y fauna, donde la tranquilidad es reina y señora, se vive a diario una lucha por preservar una de las especies en vía de extinción del planeta, se trata del caimán aguja o cocodrilo acutus.

En tiempos remotos la situación era inversa a razón de la cacería indiscriminada por parte de los mismos pobladores en contra de esos ejemplares.

Los tiempos han cambiado y la vida para estos animales también. La Corporación de los Valles del Sinú y el San Jorge, abreviada como CVS, lidera desde hace más de 11 años, junto a la Asociación de Caimaneros de San Antero, Asocaimán, un proyecto a gran escala para recuperar dicha especie. En la estación Amaya existen tres mil caimanes en cría y reproducción gracias al proyecto de preservación de esta especie.

En este lugar hay 14 mil hectáreas de manglares, sitio predilecto para el desarrollo de más de 300 clases de aves y en donde se desarrolla el 70% de la vida marina. Las aves se pueden clasificar como endémicas y migratorias, entre las que sobresalen por porcentaje loros, pelícanos y garzas.

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En Córdoba está el proyecto de reproducción y es, precisamente, en la bahía de Cispatá.

La vida y el corazón a esta lucha sin tregua lo ponen la pareja de esposos, de profesión biólogos, Clara Sierra y Giovanny Ulloa, quienes además de compartir el sacramento del matrimonio también van tras el objetivo de salvar a los cocodrilos. Lo hacen con la ayuda de los miembros de Asocaimán, quienes en otrora eran el terror de la especie, puesto que de forma ilegal la cazaban indiscriminadamente.

El proyecto, según Giovanny Ulloa, se realiza mediante metodologías. 'Primero se hace un monitoreo y censo de poblaciones silvestres, un manejo de hábitat, recolección de nidos, incubación controlada, manejo de neonatos y luego la liberación', explicó.

Regularmente los caimanes ponen en unas estructuras elaboradas por la CVS y la asociación, a base de tierra, y luego los huevos son retirados de allí para llevarlos al laboratorio en la estación Amaya, a pocos metros de la bahía, en donde se hace el control de pasaje y medidas. Luego que nacen los ejemplares son liberados.

La bahía de Cispatá fue declarada distrito de manejo integral de los recursos naturales mediante la resolución 721 de 2002, cuando se aprobó también el estudio de zonificación.

La bióloga Clara Sierra explica que el manglar también es de gran utilidad. Con emoción muestra los objetos elaborados a base de mangle rojo, como mesas y divisiones en la casa, los cuales sirven de adorno en la estación de la CVS, en la localidad mencionada.

Hace tres años el proyecto piloto de reproducción y liberación del cocodrilo en la bahía de Cispatá ganó el premio de la Fundación Natura a la Conservación de la Biodiversidad ‘Gloria Valencia de Castaño’, eso en gran parte, como lo afirma el biólogo Ulloa, por el trabajo mancomunado con los pescadores nativos, los mismos antiguos cazadores quienes se han tomado muy en serio el trabajo de preservación de los caimanes.

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Benjamín Blanquiceth, uno de los defensores de esta especie.

Entre ellos está Gustavo Flórez. Él no tiene reparos al momento de recordar que fue cazador de la especie que hoy protege.

'No era consciente de que le estaba haciendo daño al planeta. Solo aprovechaba lo que la naturaleza nos daba, pero lo hacíamos sin control y sin visionar', manifestó.

En la bahía de Cispatá antes desembocaba el río Sinú hasta 1937. Ahora lo hace en Boca de Tinajones, a pocos metros del municipio de San Bernardo del Viento, no muy distante de San Antero.

En gran medida la comunidad poco a poco se está convenciendo de la importancia de preservar la especie así como lo hicieron los antiguos comerciantes de huevos y pieles y que ahora no son vistos como depredadores sino como conservacionistas.

Una de las cualidades del cocodrilo, que resaltan los miembros de la Asocaimán, es que limpia el ecosistema porque por su característica depredadora se encarga de eliminar los peces malos y enfermos.

Benjamín Blanquiceth es otro pescador nativo que pertenece a Asocaimán. Su experiencia no es muy distinta a la de sus compañeros. Afirma que haber cambiado de prácticas es una alternativa que tarde o temprano la naturaleza recompensará de la mejor manera.

Especie con historia

Según la historia, en el siglo pasado la especie de caimán aguja o cocodrilo acutus fue atacada en la cuenca del río Magdalena, a tal punto que había desaparecido en casi todo el Caribe. La población más abundante en estado natural está en el río Sardinata, en el Catatumbo, según los más recientes estudios de biólogos y ambientalistas. En ciertas épocas del año se aprecia el desfile de hembras para los nidos dispuestos por la CVS y los miembros de Asocaimán entre los manglares de la bahía. En cuestión de cinco meses las nuevas criaturas comenzarán a romper los cascarones celosamente cuidados por los antiguos traficantes y también por las hembras. Las descripciones del caimán aguja o cocodrilo acutus señalan que su reproducción es estacional y tras el apareamiento cada hembra suele poner una media de 39 huevos, a veces en nidos compartidos, que cuidan hasta que estos eclosionan y tras lo cual las madres desentierran a los pequeños y los conducen hasta el agua. La longitud total de los adultos es de unos 5 metros y su peso medio es de 500 kilogramos, lo que los convierte en los mayores cocodrilos de América.