Compartir:

Debajo de una cargada mata de limón, en el patio de su casa en el caserío Villa Bien, zona rural de San Andrés de Sotavento, Lilia del Carmen Nisperuza Muslaco, relata llena de valor cómo han sido sus días después que la guerra, la noche del 10 de febrero de 2010 le arrebató a tres de sus seres queridos: su esposo Aristides De Hoyos y dos de sus seis hijos, Carlos Mario, de 22 años y Rafael Alberto, de 15 años.

'Mi objetivo es salir adelante con los cuatro hijos que me que quedaron de la guerra, que no tomen el camino malo, sino el camino de Dios, que escuchen mis orientaciones. Con ellos me mojé en los aguaceros y ventarrones y ahora disfrutamos juntos una casa que acabamos de construir', sostiene Lilia, miembro del Resguardo Indígena Zenú, sin querer apartarse de la sombra del árbol donde cuenta su historia.

Es que esa sombra para ella significa el respaldo que recibe de su esposo desde el Cielo, porque fue él quien sembró el fornido limón, que da frutos por montón como muestra de todo lo bueno que ha recibido y seguirá recibiendo esta familia indígena.

A un año de la firma del acuerdo de paz entre Gobierno y Farc este hogar campesino cree en la reconciliación del país y confía en los buenos oficios del Estado para que se silencien los fusiles de una vez por todas.

El mayor de sus hijos, Aristides, fue víctima del mismo atentado donde murieron su padre, dos de sus hermanos, y otro particular. Por fortuna solo recibió un impacto en la mano izquierda la noche que empieza a quedar en el olvido, cuando hombres armados, sin que identificaran a qué grupo pertenecían, irrumpieron en un billar del Bagre, Antioquia y dispararon contra todos los que ahí estaban.

'Aunque nunca creíamos que la violencia nos tocaría de esa forma tan brusca, ahora enfrentamos el miedo, eso ha quedado atrás con la fuerza que nos ha dado Dios, estamos rodeando a mi madre con la ayuda del Estado que ha sido fundamental', relata Aristides.

La guerra convirtió a Lilia en viuda y en madre desconsolada, tanto, que llora como el primer día, pero sin perder de vista que la vida continúa y que tiene un largo camino por recorrer con sus otros cuatro hijos: Aristides, José, Luz Adriana y Nora. Los nietos también empiezan a arrebatarle la sonrisa que escondía por el dolor.

La familia De Hoyos Nisperuza comparte ahora una nueva vivienda y la adquisición de una hectárea que siembra en pan coger, además de la cría de animales de corral, después de tocar las puertas en la Unidad Territorial para las Víctimas.

Lilia reconoce que la indemnización que recibió, cercana a los 60 millones de pesos, no es el pago de su esposo e hijos, sino la oportunidad de seguir adelante con el resto de su familia, mientras ve crecer en el extenso patio a los nietos que le invaden la casa e invaden su vida de recompensa.

'Gracias a la Unidad de Víctimas he podido superar este duro momento, con los consejos para enfrentar todo y para poder invertir bien el dinero. Le digo a las demás madres víctimas de la violencia que salgan adelante con sus hijos, dar la espalda a la vida no es la solución, hay que seguir luchando', recalca esta mujer, que enfrenta el luto con el talante.

El hogar de los De Hoyos Nisperuza visualiza un país en paz, en el que – como dice José, hijo de Lilia, 'un día no lejano, la guerra en Colombia no será noticia en los medios'.