Alfonso Fuenmayor, dueño de una vasta biblioteca de más de 7.000 volúmenes y apasionado jugador de dominó, fue durante más de 50 años un 'escritor público', para usar la expresión con la que alguna vez se definió a sí mismo, pero nunca ejerció esa condición a través del libro, sino que optó siempre por un medio más inmediato e imperfecto: la prensa diaria o semanal. Sólo en la etapa final de su carrera un magnífico trabajo suyo cobró la forma de libro: Crónicas sobre el Grupo de Barranquilla (Bogotá, 1978), pero incluso su contenido fue concebido y escrito en principio para el periódico: se publicó, en efecto, por primera vez en el Diario del Caribe, en una serie de trece entregas (que eran justamente trece crónicas), en el año de 1976, que luego fueron reproducidas por el Magazín Dominical de El Espectador, de donde, por iniciativa de Juan Gustavo Cobo Borda, se recogió en un volumen de 210 páginas.
Ya este hecho refleja la personalidad de Fuenmayor: era un hombre culto como pocos había en su tiempo y un prosista exquisito y gracioso, pero su horror personal por la connotación pomposa del concepto de intelectual lo inclinó a escoger como el canal que más se adecuaba a su temperamento ese medio rápido que estaba al alcance de todos (y no sólo en el sentido económico), y que le permitía llevar sus comentarios, reflexiones y enseñanzas a la plaza pública, que era el entorno que, por otra parte, más le gustaba.
Incluso, al género periodístico de que más se valió en el curso de su oficio de periodista, la columna de opinión, él prefería, con modestia, llamarlo 'seccionilla' o 'articulito', pues 'columna' le parecía pedante.
Al elegir el periodismo y no el libro para difundir sus escritos llenos de conocimiento y sabiduría, podía ejercer su magisterio entre el gran público lector, incluidas las capas más populares.
No obstante lo anterior, fue inevitable que de ese magisterio resultaran beneficiarios no sólo los simples lectores de periódico, sino colegas y escritores eminentes; entre estos últimos, basta citar a García Márquez, quien siempre lo llamó justamente así: 'Maestro'; fue él quien lo vinculó a EL HERALDO en 1950 y quien le cedió la Underwood en que redactó buena parte de su primera novela, La Hojarasca.
Fuenmayor, además, fue el inspirador, director, gerente y distribuidor de la revista literario-deportiva Crónica (1950-51). Fue el descubridor de La Cueva, cuando era sólo una tienda de comestibles llamada 'El Vaivén'.
La mayor parte de su ejercicio periodístico la llevó a cabo en EL HERALDO, diario al que estuvo vinculado por más de 30 años y del que se retiró en 1975. Allí escribió su columna 'Aire del día', fue editorialista y llegó a ocupar la subdirección, como segundo de a bordo de Juan B. Fernández Renowitzky. A partir de 1976, ingresó al Diario del Caribe, donde, además de ser director por un breve período (1982-1986), estuvo al frente del suplemento dominical y escribió la columna 'Ni más acá, ni más allá', así como la sección de análisis 'Carrusel de los días'. En este matutino permaneció hasta poco antes de su muerte, que ocurrió el 20 de septiembre de 1994. Había nacido el 27 de marzo de 1917 en la vieja y entrañable Barranquilla de la que nunca se desprendieron sus nostalgias: tenía 77 años.